Chapuza en el corral, por A. Tomás


 

Últimamente nuestro querido Consistorio parece uno de esos gallineros donde todo el mundo cacarea, corretea y picotea donde puede por la falta de pienso ó por la cerrazón permanente. Cortijo abandonado a su suerte, sólo las matas y las brevas salvajes se atreven a mirar al sol, mientras algún que otro gallo, al que aún no le han cortado las alas y quitado los espolones, se debate en plumíferas peleas, desgañitándose con sonoros y nocturnos cantos por los tejados. Que paradoja y pérdida de tiempo es que muchas de esas gallinas que se creían gallos, en vez de empollar y cantar, justifiquen su busca de pitanza, escondiendo la cabeza bajo el ala, escarbando y escarbando en la tierra húmeda otoñal para nada, para echarse más tierra encima de la que ya tienen, enterrando con estertores sacudidas tantas vidas ajenas.

En este tiempo de otoño – primavera del invierno -, en el que se oye la berrea, florece el narciso viridiflorus y los hongos se expanden por campos y troncos, las muchedumbres se enervan, los planes no terminan de salir y los últimos zánganos se debaten. Y es que muchas de las aves de corral que se llevaron al matadero allá por primavera parece ser que aún conservan el pescuezo. Pero claro, quien podría imaginar que las gallinitas coloras a estas alturas aún respirasen tras entrar la zorra en el gallinero, tuviesen derechos, y encima quisieran volver al corral, para seguir poniendo huevos y cagarse en todos los palos. Quien le diría al pavero que los pájaros cantores que tenía agarrados por el gaznate pudiesen picarle los ojos, pensando y actuando por si mismos. Y menos aún que por el momento les perdonasen la vida ante el mismo filo del cuchillo, después de las muchas hostias que recibieron en los lomos y los esputos que muchos lanzaron sobre sus bellos plumajes. Parece que Dios o la Justicia por una vez se ha acordado de ellos.

Y hablando de gallinas, zorras y corrales, permítanme que les cuente un cuento, que gusta a muchos y disgusta cada vez a menos. Como en los dramas griegos, el amor y el odio se difuminan en una trama que todavía da para unos cuantos actos más, pero que no consigue escapar de un final pronosticado. Un cuento donde la retahíla de falacias preside la chapuza del corral y las “becerradas” se expanden como el alquitrán caliente. Como decía el poeta uruguayo Horacio Quiroga, “escribo siempre que puedo, con náuseas al comenzar y satisfacción al concluir”. Y sí, es verdad que en tiempos pasados como saben Ustedes les anuncié penosas despedidas, pero ora toca regocijarse en el momento, en el valor de la justicia, buceando en la prístina verdad que brilla al final del camino. Como un Conde de Montecristo moderno les diré que si nos condenaron en primavera, ahora nos indultan en otoño. Y que mejor tiempo para retornar de la tumba que en este tiempo de difuntos, para cacarear a los cuatro vientos que aún sigue uno vivo sin máscaras. Con tanto escarnio público y tanto martirio atroz, más que amortajados habría que hablar ya de cuasi santos.

El tiempo sabio ha demostrado que los que ya nos daban por muertos y brindaban con champán sobre nuestros cuerpos, no eran tan vivos como se creían, y que nosotros no estábamos tan muertos como certificaron. Ahora irán regresando los olvidados si les dejan, para comerse los huesitos de santo y las castañas del cortijo sin dueño, más verde que nunca con las lluvias, pero tan pobre y yermo. Muchas veces pienso qué mal tan grande se ha hecho y porqué tanto odio acumulado en un solo cuerpo. Si el tiempo al final es el máximo juzgador y no duda en acercarse a uno y decirle en el oído: ” tó pá ná…” – como diría el labriego, quitando las babosas de sus lechugas. Qué cuento es este donde se quiere pasar a cuchillo a los que menos gasto dán y más producen, mientras que la fauna porcina, que es la que más come y ensucia, campa por sus fueros, pisoteando la huerta yerma de cagadas. La verdad no entiendo porqué en estos tiempos de crisis, la idiotez se ha convertido en dogma, y la ponzoña en costumbre. Todos estamos subyugados por una realidad “orwelliana” que nos abduce.

Como canta mi adorado Manolo García, atisbo el brillante amanecer “junto al árbol de las hojas que ríen, y como al torero que abandona su coraje, busco yo a tientas burladeros”. Mientras remedio las heridas de los adentros, me permito el capricho de guiarme por el fluir de los días, al calor de la paciente venganza. Hoy más que nunca, tomo como regla máxima las palabras de George Orwell : «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario». Permítanme pues estas licencias, pues hoy decir la verdad o esbozar una sonrisa – créanme – tienen tanto de acto revolucionario como de mérito temerario.

Hoy nadie duda ya que las aves de corral a las que siempre resultó fácil retorcer el cuello y humillar tienen también corazón, y que no les gusta que les pisen las crestas y el honor, aunque su corral sea chapucero o se haya transformado en simiente de trepadoras o bar de mentideros. Con tanto tiempo, a unos dientes y a otros cuernos han salido, y las crestas rojas lucen en muchas testas entre la verde fronda. Tiempos en los que el tiempo no tiene importancia y las “gestiones” se pudren en la nihilidad de guerras bizantinas y proyectos de gasolineras y puticlubs de carretera. Los “perdedores” han demostrado que tenían razón frente a la aleatoria barbarie del caprichoso complejo. De vuelta al corral uno se va dando cuenta poco a poco de cuan grande es la chapuza corralera y la arrogancia desatada. El cacareo incesante traiciona la presencia del pavero y la fetidez del aire desvela la cantidad ingente de gusanos que proliferan en la bosta.

Como un Jean Valjean sentenciado, no desespero, más bien espero tranquilo sin que me desvele el jolgorio. Y mientras en la escalera me siento a silbar mi melodía, me complace saber que habrá quien tarareé nervioso aquella de Serrat que decía : “Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta”.

En “Tosantos”, dedicado a todos los que dieron por “difuntos” y nunca lo estuvieron… Felices Fiestas :

” Culpa mía no fue: delirio insano 

me enajenó la mente acalorada.               

Necesitaba víctimas mi mano 

que inmolar a mi de desesperada, 

y al verlos en mitad de mi camino               

presa les hice allí de mi locura. 

¡No fui yo, vive Dios! ¡Fue su destino!               

Sabían mi destreza y mi ventura. ”

Don Juan Tenorio ? 1844, José Zorrilla.

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