José Antonio Ortega Espinosa | Periodista y escritor
No es la primera vez que se difunde una historia así en los últimos días y no es la primera vez que me emociono al conocer los detalles y, sobre todo, a su protagonista. Me refiero a la del mendigo que días atrás se encontró una cartera con 200 euros en plena calle en Pamplona y la devolvió a su dueño. Que alguien que las está pasando canutas y se halla prácticamente en las últimas, en una situación límite y desesperada, en la más absoluta miseria, se tropiece con lo que para él podría ser poco menos que un maná llovido del cielo y renuncie, por respeto a sus principios morales, resulta, además de sorprendente, digno de alabanza, admirable, teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Estoy por pensar que si se hubiera tratado de alguien como el señor Díaz Ferrán, por ejemplo, tal vez no se habría molestado en devolver tan módica cantidad, mas no digo yo ?válgame Dios? que para quedársela en su provecho, sino para añadirla a su capital e invertirla en pro de la economía y de los ciudadanos.
Yo, para serles sincero, de haber estado en su lugar, en el lugar del mendigo, quiero decir, no sé lo que habría hecho. Creo que habría dependido de las circunstancias del hallazgo y, obviamente, de mi grado de desesperación, pero es muy posible que hubiera actuado de igual forma. Y no porque yo sea el tipo más honrado ni más íntegro del mundo, ni muchísimo menos. Pues ni lo soy ni lo pretendo. Sino porque, miren, ustedes, me he hecho más viejo ?probablemente incluso he madurado?, me he chapado un poco a la antigua en algunos aspectos y he ido rescatando en los últimos años de mi vida valores que me inculcaron cuando era un crío, entre ellos los de la honradez y la honestidad, que trato de llevar por divisas, aunque no siempre lo consiga. En cualquier caso, ya ven, confieso que habría tenido mis dudas. Y si dijera otra cosa, mentiría como un bellaco.
Pero si ya es de destacar que fuera alguien que prácticamente se encuentra en la indigencia el protagonista de esta historia, mucho más lo es, en mi modesta opinión, claro, que sea un inmigrante. Y me alegro, me alegro mucho, no saben cuánto. Porque no hay cosa que me reviente más que se mire con recelo a los extranjeros que residen entre nosotros, la mayoría de los cuales están en este país buscándose la vida honrada y dignamente como otros muchos paisanos nuestros lo hicieron en el pasado allende nuestras fronteras y lo están, por cierto, haciendo ahora en este presente un tanto desesperanzador en el que vivimos.
Lo que voy a decir a continuación seguro que a alguno le suena a demagogia, pero aun así lo digo. Qué le voy a hacer. No sé qué me pasa, pero de un tiempo a esta parte me estoy volviendo un tanto demagogo y radical. Quizá sea porque hoy día, y tal y como están las cosas, estemos más necesitados de demagogia y radicalidad que nunca. La gente pobre y humilde suele ser más honrada que la gente rica. Y he ahí probablemente la respuesta de por qué es precisamente pobre.
Por algo ya lo avisó Jesús: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos”.
La riqueza, como el poder, corrompe. La pobreza, no voy a ser yo quien lo niegue, puede que también, pero, apuesto lo que quieran, bastante menos. Estoy casi, casi, casi convencido.
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