El Imperio de los Sentidos


 

Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

El arte de conquista del hombre es el de ser siempre conquistado. Nadie hace mejor uso de todos los sentidos y cualidades que la mujer cuando ama y practica el sexo en toda su plenitud. Por eso a nadie le puede extrañar que sea una mujer la que conozca mejor que nadie los sueños, secretos y fantasías de otra mujer. Ello quizás sea la explicación que está detrás de la exitosa novela “Fifty shades of Grey” ? “Cincuenta Sombras de Grey”, al ser un libro escrito por una mujer para mujeres. Su autora Erica Leonard James se ha hecho eco de la famosa saga “Crepúsculo”, también escrita por otra mujer – Stephenie Meyer, para llegar al corazón de las lectoras y más allá. Con millones de ejemplares vendidos, se ha convertido en la novela de moda para lectoras de más de 35 años. Forma parte de ese “porno para mamas” que rememora la novela rosa de Corín Tellado, pero sin censuras e insinuaciones. El leitmotiv no es otro que el mito del neovampiro, del hombre viril odiado y amado al mismo tiempo, viajado y capaz de supera los tabúes femeninos más ocultos, haciendo realidad el ranking de fantasías eróticas cool de toda mujer, independientemente de su edad.

Esta novela que describe un sexo sado con pelos y señales, evidencia que a pesar de preocupaciones y crisis, las mujeres siempre tienen la necesidad de ser amadas, con sus deseos a flor de piel y un fuego interior que nunca apaga el transcurrir del tiempo. La novela basa su fama – como el buen sexo – en el boca a boca y en los mentideros de los foros sociales de medio mundo. La sexualidad y el erotismo – algo tan animal como nosotros mismos -, siempre ha sido un fenómeno de masas; atractivo y sugerente para ellas y para ellos. Prueba de ello son las primeras obras del género, como “El Kama Sutra” de Vatsyayana Mallanaga – 320-540d.C o “El Arte de Amar” del poeta latino Ovidio – año 2 a.C, donde se entremezclaba filosofía, espiritualidad, erotismo y prácticas sexuales. Ya decía Ovidio en su Ars Amandi que “mil maneras hay de amar – mille modi veneris”, y de todas ellas conocen mejor las mujeres, más sensitivas que los hombres en todos los poros de su piel, en esto y otras lides. Estoy de acuerdo pues con Gabriel García Marquez al que reconocer en su introspección que “en todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces”. Por eso que en esto del sexo y el erotismo los hombres seamos – dejando mitos a parte – pusilánimes en su manos; alumnos y no maestros, deslumbrados por la visión esplendorosa del desnudo femenino, poesía en estado puro.

Si hoy las señoras sueñan con ese Christian Grey que duerme en las páginas de un libro y tiene toda una colección de fetiches y consoladores, cuántos hombres podrán recordar en sus retinas las escenas de la reciente malograda Sylvia Kristel, en aquella canalla “Emmanuelle” (1974) del director francés Just Jaeckin; el desnudo de María Schneider en “El Último Tango en París” (1972) del director Bernardo Bertolucci ó las numerosas escenas de sexo que jalonaban la película de Nagisa Oshima, “El Imperio de los Sentidos”- recientemente fallecido en Kanagawa (Japón). Son recuerdos generacionales, imágenes fugaces del pasado fabricadas en celuloide en los tiempos del llamado “destape”, donde Internet no había roto aún el encanto de lo oculto y prohibido. Mientras Corín Tellado se consagraba como la escritora más leída, después de Cervantes, con unos cuatro mil títulos y más de 400 millones de ejemplares vendidos, se estrenaban en la cartelera las míticas “Garganta profunda” y “The Devil in Miss Jones” de Gerard Damiano o “Tras la puerta verde” de Jim y Artie Mitchell. Eran los tiempos en los que títulos como “Emmanuelle” convertían el denostado género del cine erótico ? porno en auténticas obras de arte, generadoras de novelas de bolsillo e influyendo en otras que a su vez terminaban convirtiéndose en películas, como ocurrirá ahora con el “fenómeno Grey”.

La Colección de la Sonrisa Vertical no entiende de prima de riesgo o recesión económica. Siempre nos espera tras un sugerente tanga que deja translucir un deseo que nunca se fue, que ahora se deja llevar por la narrativa de “Cincuenta Sombras de Grey” y que ayer se asombró con el cruce de piernas de Sharon Stone en “Instinto Básico” (1992) o la esbeltez de curvas de Kathleen Turner en “Fuego en el Cuerpo” (1981), sin que importe el tiempo siempre que haya ganas. Como decía Billy Crystal “Las mujeres necesitan una razón para tener sexo. Los hombres sólo necesitan un lugar.” Y las imágenes forman parte también de ese lugar que todos guardamos en nuestra mente, en el escusado del deseado climax de una la relación o una fantasía. Que cinéfilo no recuerda las imágenes lujuriosas de “Interior de un Convento” (1978) de Walerian Borowczyk, en aquel Cine de Medianoche de Televisión Española de los años 80; el beso de la niña en la ventanilla de aquel auto negro en el que viajaba su amor, en el metafórico film “El Amante” de Jean Jaques Annaud -1991; los labios y la mirada de “Lolita” de Adrian Lyne (1997), con el inconmensurable Jeremy Irons; o aquellas visiones generosas y voluptuosas de la “Teta y la Luna” (1994) de Bigas Luna, donde uno deseaba ser de nuevo niño. Son las imágenes del deseo pueril y el onanismo descubierto, las que decoran el primer beso y te llevan a comprender que es verdad lo que dice Woody Allen : “Masturbarse está bien, pero follando se conoce gente”.

Si los libros generan sueños, las películas paren imágenes que nos acompañan de por vida. Desde las surrealistas imágenes de “Sweet Movie” ( 1974 ) de Dusan Makavejev, a las insinuantes y minimalistas visiones sin diálogo de “Eyes Wide Shut” (1999) de Stanley Kubrick, con Tom Cruise y Nicole Kidman, pasando por los explícitos primeros planos de “El imperio de los sentidos’ (1976). Precisamente de esta última y la reciente muerte de su director Nagisa Oshima me vinieron las ganas de escribir este artículo, como un homenaje al género a propósito de Grey, como un recordar de recuerdos borrosos y dormidos que hablan de una historia de amor basada en hechos reales en un Tokio de 1936. Una historia de amor y odio, deseo y muerte, que después de numerosas escenas coitales y crudas, termina con una escena final donde se mata por amor y deseo, porque los amores que matan nunca mueren como canta Sabina. Una tragedia griega a la japonesa, donde uno comprende a tientas y ojiplático la gran dimensión que tiene el sexo en oriente, lejos de los cánones occidentales. Son imágenes donde uno puede comprobar los efectos mágicos de la hipoxia en nuestros miembros y hasta donde puede llegar una mujer por amor y placer. Ya decía Charles Bukowski en su obra “La Maquina de Follar” : “Hay mujeres que saben más que la ciencia médica”, y esta película así lo demuestra.

En fin, señoras sigan con la lectura de “Cincuenta Sombras de Grey”, poniendo en práctica su narración, si pueden o quieren. Recuerde antes de maldecirme, Señora, que tuvo usted la carne firme y un sueño en la piel, como cantaba Serrat. Que uno como hombre es limitado y menos complejo, que se guía más por la luz de su mirada y por la vista como una golondrina. Por eso los recuerdos de lo visto inundan nuestras horas de azarosos goces y cual fantasmas motivan erecciones involuntarias. Después de todo, y a pesar todo, no dejamos de ser debilidad, tentación y fragilidad a un mismo tiempo.

La verdad, después de ver la película “El Imperio de los Sentidos”, recuerdo que el acto de comerse un huevo duro adquirió una nueva dimensión.

“En un beso, sabrás todo lo que he callado”. Pablo Neruda

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