Juan Manuel, nuestro zapatero de cabecera

A las 9:00 de la mañana de cada día laborable abre la puerta el negocio artesano más pequeño de nuestro municipio: la zapatería de reparación de Juan Manuel. Debajo del luminoso que anuncia la propuesta, se abren los escasos pero suficientes seis metros cuadrados de este pintoresco taller, una apretada selva de zapatos dominada desde el inmediato fondo por Juan Manuel Ruiz, un hombre afable, con una sonrisa reconocible, aunque también sabe tener "sus malas pulgas si se las buscas" como nos comenta un vecino allegado.

Alfonso Pecino López | Miembro de la Asociación Palestra

Como todos los que saben de su oficio y están acostumbrados a tratar con la gente, cuando el maestro te recibe sigue haciendo su trabajo sin dejar de hablarte y atenderte, tantos años de experiencia de cara al público dan carrete para eso y para más.

Ya son treinta años los que lleva Juan Manuel poniendo remedio a nuestros zapatos, ese humilde pero milenario artefacto que nos aguanta y sostiene cada día.

Sus primeros pasos en esta tarea los dio siendo muy joven, cuando todavía estaba en la escuela y echaba ratos con el que sería su maestro, Andrés Suárez “Andrechi”, en el taller que tenía justo enfrente de la casa familiar.

Más adelante ya entró como aprendiz, aunque siguió compatibilizándolo con los estudios. Incluso cuando estuvo en el Centro San Juan de Dios, en Sevilla, estudiando maestría en Telecomunicaciones en los años 1976-77, tampoco dejó de acudir a la zapatería de Andrechi.

Así que en 1983, ya casado y habiendo pasado cuatro años arreglando televisores y pequeños electrodomésticos, se decidió a dar el salto e independizarse dando de alta la actual Zapatería JuanManuel, en la que ahora cumple 30 años de empresario -más de 10.000 días según le notificaron muy atentamente hace poco-, de zapatero, o como el mismo gusta de bromear entre sus amigos, de “Técnico Especialista en Reparación del Calzado”.

Tampoco le costó mucho decidirse por una ubicación del taller. Haciendo bueno ese dicho de que “si quieres que te vaya bien una zapatería ponla al lado de otra”, se instaló justo enfrente de su maestro, en la calle herrería, en la casa familiar.

Y así comenzó su andadura profesional que pelea cada día con encargos de todo tipo, principalmente, el arreglo de tapas para los tacones de mujer o de suelas; trabajos de costura; hormas; y mantenimientos y limpiezas del calzado, en general. Actividad principal que se ayuda con la venta de determinado calzado, especialmente de piel, y complementos como cinturones o útiles para el calzado, como cordones, tintes, grasa,… En un rincón del taller, Juan Manuel te puede hacer copias de llaves, lo que “permite que me levante del asiento de vez en cuando de la silla” y romper la rutina del asiento.

Y dentro precisamente de esa rutina hay trabajos que le llaman la atención. Para él, el más curioso es el colocar las alzas, porque “hay que tener mucho miramiento y cuidado porque depende de las personas, del calzado, el propio material que es ahora es una goma espumosa, muy ligera casi sin peso”.

También recuerda algunos trabajos que le han gustado por el reto que suponía, por lo curioso, o por salirse del normal del diario como aquél en el que tuvo que “arreglar unos zapatos castellanos, poniéndole suela nueva de cuero, cosida a mano, Y me resultó especialmente bonito por el cariño que el cliente le tenía a los zapatos y la satisfacción que se llevó”.

Aunque también los hay que, por una u otra razón, mejor ni recordarlo como cuando “trajeron

unas botas camperas destrozás… Aquello fue un berrinche… Se las cojí a uno, y le dije que no me las trajera más… venían reventás”. Y es que “la gente no mira para abajo y cuando las traen ya están reventás”. Como bien dice Juan Manuel “el berrinche es doble, por el trabajo que tienen y por tener que decirle al cliente que no las traigan más”.

A pesar de éstos y otros inconvenientes el maestro se siente bien, aunque este negocio también tiene sus rachas. “Los meses más fuertes, de noviembre a mayo, los meses de calor son más flojos para la zapatería… En el verano hay que ponerle dinero algunas semanas”. Sin duda,

Las épocas mejores coinciden con “los preparativos de la romería del pueblo, que son trabajos muy propios, como los botines, las botas camperas y otro calzado de campo; y con la Feria, que son más zapatos de vestir”.

En cuanto a sus clientes, Juan Manuel lo tiene claro: casi el 90% son zapatos de mujer. “En cuanto ven que les van a hacer falta porque le van bien con algún vestido o conjunto y tienen alguna cosilla, lo traen rápido el zapato, después puede hasta que se le olvide aquí durante meses, pero con los zapatos las mujeres son más miradas”. Los hombre traen pocos zapatos, normalmente “usan menos pares y tienen menos desperfectos”. De esto podemos dar fe observando la selva de zapatos de mujer que inunda el taller, y el escaso rinconcito que ocupan los zapatos masculinos: los tacones, las cintas y el colorido ganan por goleada.

Al contrario de lo que podría pensarse, dentro de este grupo de mujeres celosas de su calzado destacan las más jóvenes. Juan Manuel tiene claro cuál la causa “es porque le dan mucho más trote… en un fin de semana los pueden machacar, y después llegan los días siguientes para que se los arregle…”. Y el caso extremo de esto sucede en los días de feria, “las jóvenes pueden comprarse para la feria cuatro o cinco pares de zapatos baratos, por ejemplo, como hacían hace unos años en los chinos, ponérselos en la feria, y machacarlos, y venir después de feria con la bolsa llena para que los arregle”. Eso sucede casi todos los años.

Otro aspecto que resalta Juan Manuel es cómo las modas afectan al trabajo en su taller. En el calzado como en todo lo de vestir “He visto llegar e irse muchas modas, y muchas modas volver otra vez,…, como ahora pasa con los zapatos de plataforma o el zapato de tacón fino”. Y la moda se nota en los trabajos del zapatero, por ejemplo, los zapatos de tacón ancho tienen menos arreglos, se estropean menos, además “cada tipo de zapato tiene su modo de arreglo y hay adaptarse a ellos”.

Y es que los casi cuarenta años que nuestro zapatero lleva bregando es un buen registro para notar la evolución del calzado. Según Juan Manuel “ha habido cambio de materiales, ahora hay más calidad y mejor terminación. Hay de todos los niveles, de las más altas a las bajas”.

Nos cuenta cómo se ha conocido la diferencia de calidad a la baja con la entrada del zapato chino, sobre todo en los años 2005 al 2007, que fue el gran boom de los chinos. Y también cómo en los últimos años ha vuelto el zapato español. Sobre todo en la zona de Valencia, en el Levante, “están sacando zapatos más económicos por la competencia de otros sitios y son zapatos mejores que los orientales”.

Igual sucede con sucede con su propio taller, donde las herramientas y útiles también han conocido la imparable evolución. Aunque todavía llegan algunos encargos que necesitan de echar mano de ellos, atrás quedaron las tachuelas o los protectores, el cerote para la cuerda de cáñamo o los duros trabajos con las distintas leznas. O la chaveta, aquella cuchilla perfectamente afilada que ha sido superada por los modernos y más versátiles cutters. Eso sí, el pie, sigue siendo como el yunque para el herrero, la herramienta central, el lugar “donde va todo a parar”, aunque también ha evolucionado, “antes era fijo, y había que hacer más maniobras para adaptarse a las muchas posiciones distintas que se necesitan para reparar tantos tipos de zapatos, y ahora es móvil, lo que facilita mucho el trabajo”.

Cambios que no sólo se han producido dentro del taller, puertas afuera Juan Manuel ha vivido en estos cuarenta años cómo ha ido cambiado Los Barrios, especialmente, las calles más cercanas. Todavía recuerda con cierta nostalgia “el bullicio del mercado de abastos… El paso de gente era más grande, aunque a decir verdad la clientela ha seguido siendo la misma, se ha mantenido estable… A los vecinos y a las mujeres siempre les gustaba hacer una pequeña parada para saludar, preguntar por el pescado del mercado, o comentar tal o cual noticia del pueblo…”. O como nos indica una veterana y asidua vecina “ahí nos confesamos todos”.

Por derecho propio, el taller de Juan Manuel, pequeño pero intenso, se ha convertido en una de esas referencias que caracterizan y necesitan los pueblos y que son los que, junto a otras, conforman nuestra identidad y las formas en que nos relacionamos como colectivo. Sin duda, la base más sólida para ello la encontramos en las palabras del propio Juan Manuel cuando, antes de dejarle en su zapatería, nos confiesa ese “Me siento bien. He hecho y sigo haciendo mi trabajo, con independencia personal. Y, aunque la tarea y el ánimo va por días, he sacado mi familia adelante, y me he sentido desarrollado siendo uno más que hace su trabajo…”

Ahora recuerdo que tengo que volver para llevarle los zapatos para que le ponga las tapas… ¡¡Uuff, qué cabeza¡¡.

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