Ángeles y los sietes, por Antonio Girol

Antonio Girol, director de www.badajoztaurina.com, es articulista en 'HOY' y director de toros en Cope-Badajoz.

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Viendo el trato que recibieron las siete figuras del toreo que acudieron a la reciente reunión con la ministra Ángeles González – Sinde y, tras comprobar lo que le gusta al ente público de Radio Televisión Española reponer las películas de Paco Martínez Soria -mismamente el día anterior a la cita, con motivo de la huelga nos obsequiaron con una de ellas- no pude más que recordar aquella en que, el desaparecido actor aragonés, interpretaba a un aldeano que llegaba a la gran ciudad para visitar a su hijo, prestigioso médico; y con la boina calada y dos lustrosos pollos en un canasto de esparto era obligado, por el envarado portero de librea y gorra de plato, a subir por la escalera de servicio. Seguro que la recuerdan, ¿verdad?, efectivamente se trata de ‘La ciudad no es para mí’. Pues muy similar fue el cacareado encuentro de los toreros con la titular del Ministerio al que aspiran pertenecer.

De entrada, en la puerta de La Casa de las Siete Chimeneas, edificio que alberga la sede gubernativa, no les esperó a su llegada ni el conserje, como si en lugar de ser siete representantes del arte más genuino que este país exportó al mundo, se tratase de siete pedigüeños, por no llamarles algo más duro. Y de salida, nada de hablar con los medios desde un atril, no fuesen a rasgarse las vestiduras los socios de gobierno o los columnistas de diarios amigos con la imagen de un ‘cruel torturador’ tras el marbete ministerial.

Por eso, los siete, dóciles y obedientes, uno detrás de otro con su dispar indumentaria elegida para tan magna ocasión, se marcharon a un hotel a contarnos lo simpáticos que son en Cultura. ¿Se imaginan a representantes de cualquier otro colectivo, póngales ustedes el nombre que prefieran, entrando y saliendo del citado departamento a hurtadillas? ¿A que no? La verdad sea dicha que fue todo tan triste que, por no haber, no hubo ni una mísera foto de recuerdo que de fe de lo ocurrido.

Aunque quizás sea mejor así, sin recuerdo gráfico, ya que nunca una profesión fue más vilipendiada que la de torero el pasado jueves treinta de septiembre. Si este menosprecio unido a la infame ILP catalana no moviliza de una maldita vez, por no emplear un término más sonoro, a los taurinos, es que definitivamente la gente del toro se merece lo que tiene, y lo que es peor, lo que se les viene encima.

Miren, les voy a ser muy sincero, me cuesta llegar a comprender que todos los estamentos que, de alguna u otra forma, viven de los festejos taurinos, no sean capaces de ver más allá de sus intereses individuales o de sus pequeñas taifas, a la hora de dar un paso al frente para crear una ‘representación homogénea’ que tenga suficiente fuerza no sólo para acudir a visitar a una ministra, sino para ser voz autorizada a la hora de buscar vías para el fomento, difusión y promoción de la fiesta.

Al igual que no logro entender cómo, los que no dudan un instante en enfrentar sus vidas a la muerte, por motivos tan nobles como corridas o festivales a favor de personas necesitadas, sean tan pusilánimes a la hora de defender sus profesiones, amparados en no sé qué complejo endémico, de tal forma que no tengan que andar mendigando reuniones clandestinas, a las que acceder por la puerta de servicio.

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