El rincón de los mayores

Aprender a saborear lo verdaderamente importante

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Juan, con esa envidiable visión esperanzada que le caracteriza, nos explica cómo la marcha imparable de la edad, la amenaza de una enfermedad o la proximidad -siempre inmediata- de la muerte constituyen unas invitaciones para que nos deleitemos con una simple bocanada de aire puro, con la lectura reposada de un libro interesante o con la escucha relajada de una bella melodía. Él está convencido de que, si contemplamos el paso del tiempo con nuevos ojos, comprobaremos cómo, simplemente, respirar con libertad puede proporcionarnos un placer intenso. “Lo malo es -nos dice- cuando, sin apenas advertirlo, despilfarramos su enorme caudal y dejamos que se fugue el misterioso regalo que nos proporcionan las experiencias cotidianas y los quehaceres habituales”.

Hemos conversado sobre esa agitación y ese bullicio que caracterizan a esta sociedad excesivamente repleta de ruidos y demasiado vacía de melodías. Luis insiste en que tenemos que seguir aprendiendo a saborear lo verdaderamente importante y, sobre todo, a convivir con nuestras gentes: “Es una pena que, tras haber sufrido la pérdida de un ser querido y advertir que también nuestra muerte se aproxima, en vez de dejarnos arrastrar por el temor o por la tristeza, no nos animemos mutuamente para palpar y para exprimir con detenimiento cada uno de los instantes que nos restan por vivir”.

Estamos de acuerdo en que, para apreciar la importancia que poseen algunas personas en nuestras vidas, es necesario que hayamos experimentado su carencia o su ausencia. Paradójicamente, el conocimiento de los confines de los objetos y la percepción de los finales de las acciones les proporcionan unos atractivos singulares, y a nosotros nos estimulan para que aprovechemos sus valores y para que disfrutemos de las ocasiones de bienestar aunque sean esencialmente efímeras.

Tú me has comentado más de una vez -querida María del Carmen- cómo disfrutas de aquellos momentos que, previamente, sabes que son cortos. Sí; las despedidas y las separaciones aumentan las perspectivas y, paradójicamente, mejoran nuestra visión de las cosas. Es lamentable que no comprendamos plenamente la importancia de un ser querido hasta que -siempre demasiado tarde- calibramos las enormes dimensiones del irrellenable hueco que nos ha dejado.

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