De guerras frías e inviernos calientes

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Juan Luis González Pérez

Si no conseguimos remediarlo, todo indica que nos encontramos en los albores de una nueva guerra fría, o mejor, ante la reedición de la guerra fría que comenzó tras la segunda gran contienda mundial. Aunque las diferencias con aquella época son notables, sí que existen grandes paralelismos, como la naturaleza de sus principales protagonistas: Estados Unidos y Rusia. Tristemente, otra vez, el papel de Europa es el del convidado de piedra que asiste mudo a un juego que, mayormente, se juega sobre su propio tablero y, también, el del pagano que se hace cargo de la cuenta de los platos rotos.

En los últimos tiempos, Europa no cesa de dispararse a los pies siguiendo las órdenes de Estados Unidos. A pesar de los acuerdos alcanzados tras a caída del muro de Berlín, el imperio ha seguido, paso a paso, su premeditado plan para impedir el resurgimiento de Rusia, privándola de su esfera de influencia en el continente mediante golpes de estado disfrazados de revoluciones populares, rodeándola de bases militares y, más recientemente, de un escudo anti misiles que pretende desestabilizar los equilibrios estratégicos fraguados durante la segunda mitad del pasado siglo. Las razones esgrimidas por los portavoces de EEUU para este despliegue, siempre han sido tan inverosímiles, que provocarían la risa de no tratarse de temas tan serios como la paz o la guerra, la vida o la muerte.

Estados Unidos ha temido siempre a una Europa fuerte e independiente que no necesitara del vínculo atlántico para subsistir. Del mismo modo, también ha mirado con recelo el modelo de estado social del viejo continente, sustentado según los neocons, en el ahorro que suponía la delegación de la protección militar en las todopoderosas fuerzas norteamericanas. Las palabras «enterraremos a los europeos» que pronunció el cerebro de la campaña electoral de Bush, Grover Norquist, uno de los halcones que inspiraba el ideario republicano, no dejan lugar para la duda de quién era el rival más temible para los EEUU. Una vez que Rusia abrazó el capitalismo y renunció a extender su influencia política por todo el orbe planetario, no había inconveniente alguno para que se produjera un acercamiento natural hace los vecinos del oeste, atados para siempre por indisolubles lazos históricos, geográficos y culturales.

Pero una Europa Unida es mucho más de lo que Estados Unidos está dispuesto a permitir. De ahí los desesperados intentos, hasta ahora exitosos, de romper cualquier intento de integración paneuropea. Hemos visto cómo la UE ha tenido que plegarse, de mala manera, a las órdenes imperiales que nos obligaban a adoptar un absurdo paquete de medidas sancionadoras que ponen en peligro la incipiente recuperación económica de la zona euro y que, incluso, es posible que signifiquen una nueva entrada en la temible recesión. Los empresarios alemanes, los más afectados, están consternados, lo mismo que muchos agricultores españoles que ven cómo van a perder parte del mercado internacional para sus exportaciones por los delirios hegemónicos de la administración norteamericana. Parece probado que los líderes europeos presentaron cierta resistencia, pero fue insuficiente a todas luces a tenor de las declaraciones del mismísimo vicepresidente Joe Biden :

Es verdad que no querían hacerlo. Pero EE.UU. asumió el liderazgo y el presidente de EE.UU. insistió en ello. A veces incluso tuvo que poner a Europa en una situación incómoda para que actuara e hiciera «pagar» a Rusia.

Más claro, el agua. Pero aún querían más, al daño producido por las sanciones y contra sanciones, ahora han ido un poco más allá al atacar directamente al siempre frágil sector energético. El boicot activo al gasoducto Southstream traerá graves consecuencias a las economías europeas. No se trata sólo de problemas a los socios industriales europeos por el abandono del proyecto, sino de la seguridad energética continental e incluso del coste final de la energía que pagamos los ciudadanos. Parece que la UE ha preferido mantener la tensión en Ucrania y jugar la baza del chantaje con los gasoductos rusos que atraviesan el país, antes que asegurarse su propio suministro. Es lógico que Estados Unidos pretenda vender a Europa sus excedentes de hidrocarburos extraídos mediante fractura hidráulica, pero jamás saldrá a precios competitivos frente al gas ruso, sobre todo teniendo en cuenta el transporte por barco y los costes de licuado. De nuevo un mal negocio empujados por intereses ajenos y por hacer seguidismo a indeseables políticas guerreras. Otro tiro al pie. De seguir así cada vez nos costará más caminar.

Ahora, la llave sureña del gas estará en manos de un imprevisible Erdogan, un peligroso presidente que juega a la vez todas las cartas políticas y económicas posibles, incluida la del apoyo al terrorismo de al Qaeda y del Estado Islámico. Desde luego, la seguridad energética no es un tema tan banal como para dejar en manos de semejante autócrata. La Unión Europea debería asumir de una vez la mayoría de edad y definir los lineamientos fundamentales de su política exterior en función de sus propios intereses y no de agendas externas. No somos una república bananera ni debemos fundamentar nuestra acción exterior en la potencia de nuestras armas sino, al menos, en valores universales como la defensa de los derechos humanos y del estado social de derecho frente a la ley de la selva que preconiza el capitalismo salvaje. Esa fue siempre la marca Europa, aunque cada vez quede menos de ella…

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