Pocas personas como yo han investigado y estudiado el significado histórico que tiene aquella antigua ermita de San Isidro Labrador y su contribución al nacimiento de la nueva población de Los Barrios después de la pérdida de Gibraltar en 1704.
A ella le dediqué mi primer y modesto libro publicado con el título de La antigua ermita de San Isidro en Los Barrios (1989), que se puede consultar libremente en la web del Instituto de Estudios Campogibraltareños. Con posterioridad he seguido contribuyendo a un mejor y más amplio conocimiento de la misma a través de distintas publicaciones; algunas de ellas forman parte incluso de estas menudencias barreñas publicadas en Noticias de la Villa.
Por eso, me congratula que una preocupación personal y colectiva, mantenida desde hace tanto tiempo en favor de su conservación y para que no desaparezca como otros tantos antiguos edificios de nuestro patrimonio arquitectónico que sucumbieron ante la moderna presión urbanística e incomprensión histórica de sus propietarios, esta vez su pervivencia quede bien asegurada para las futuras generaciones al ser adquirido por el Ayuntamiento de Los Barrios el edificio donde se hallaba aquella ermita.
Siendo cronista oficial de la población (1992-2012), en más de una ocasión redacté algún informe a petición del propio Ayuntamiento para justificar su adquisición y conservación. Por ello me llena de satisfacción esta prevista adquisición municipal, sin siquiera intervenir ahora al respecto. Pues sería prueba de que mis publicaciones históricas sobre la misma han podido contribuir de algún modo a un mayor interés por su conservación. Interés que no solo era mío, sino también un deseo local bien extendido y compartido desde hace tanto tiempo por muchos convecinos barreños.
Los historiadores locales cuando nos disponemos a escribir a veces pensamos si nuestra obra tiene alguna utilidad comunitaria y si encontrará los lectores adecuados, que se interesen por lo que decimos y además comprendan o compartan lo que exponemos. Sobre todo cuando se trata de nuestra historia común y de la defensa de nuestro patrimonio arquitectónico, que a veces puede despertar criterios dispares y dudas interesadas sobre su conservación.
Sin la existencia de aquella antigua ermita de San Isidro en pleno funcionamiento religioso cuando se perdió Gibraltar, no habría sido posible entonces que aquella antigua alcaria o población medieval que había existido en el mismo lugar, pero en aquel momento ya estaba casi deshabitada, de nuevo se repoblase con los exilados gibraltareños.
En efecto, aunque antes de la perdida de Gibraltar ya existían algunas edificaciones y chozas aisladas en ese mismo lugar de “dos Barrios” o Los Barrios, su nueva repoblación solo se debe a la decidida voluntad del chantre Juan Felipe García de Ariño, sucesor de su tío Bartolomé de Escoto y Bohórquez en esa misma dignidad catedralicia gaditana, quien convertido junto a su prima Ana María de Manzanares en únicos dueños de la ermita y del terreno circundante (cortijo de Tinoco y las dos antiguas alcarias), en su legado mancomunal dejaron vinculado dicho terreno para preservar la futura existencia de la referida ermita.
Fue el propio chantre García de Ariño quien autorizó a construir sus humildes chozas y alguna modesta casa de teja a los exiliado huidos desde Gibraltar, en el terreno propiedad de la citada ermita, quienes incrementaron aquellas anteriores chozas y algunas casas aisladas que habrían en el Cortijo Grande propiedad de los condes de Luque y en las haciendas y huertas de la llamada Alcaidía propiedad de los marqueses de Santa Cruz como alcaides perpetuos de Gibraltar, posibilitando así el nacimiento de la nueva población de Los Barrios.
Es cierto que aquella autorización del chantre García de Ariño para que esos gibraltareños construyeran su propias viviendas sin pago alguno, de algún modo tras su muerte en 1719 se intentó condicionar al pago de un censo o renta por parte de Antonio Rodríguez, primer capellán de la ermita. Pero los testigos que declararon judicialmente mostraron que el chantre García de Ariño les autorizó en persona a construir sus chozas y alguna vivienda de teja, sin cargo alguno, ni prestación económica a la ermita de San Isidro Labrador, por lo que la intención recaudatoria de ese primer capellán quedaría sin efecto.
El segundo capellán de la ermita fue Martín (Muñoz) Lozano, que se crío y educó cerca del chantre y canónigo de la catedral gaditana Bartolomé de Escoto y Bohórquez, promotor original de la ermita de San Isidro y dueño del cortijo de Tinoco y alcarias de “dos Barrios” donde se ubicaba tal ermita. Además, el aludido Martín Lozano fue hombre de confianza del sucesor de aquél chantre con igual dignidad catedralicia de chantre, o sea, de Juan Felipe García de Ariño y Escoto. Por eso, tras la muerte de ambos chantres, Martín Lozano como administrador de sus caudales apoyó a aquellos primeros habitantes de la nueva población de Los Barrios, favoreciendo la construcción de sus viviendas sin pago alguno a la ermita.
En conclusión, resulta justo y memorable que los restos originales que perduran de aquella antigua ermita de San Isidro Labrador, por insignificantes que nos parezcan, se conserven y mejoren como justo testimonio de una lejana deuda histórica contraída por aquellos primeros repobladores de Los Barrios, que, sin pagar ni dar nada a cambio, pudieron edificar sus modestas viviendas libremente en terreno propio de esa antigua ermita, sobre la que todavía me quedan datos novedosos a difundir y divulgar en próximas menudencias.
Ojalá el Ayuntamiento de Los Barrios, como nuevo propietario del edificio, sepa restaurar bien esos restos originales de la ermita de San Isidro, dándole el uso público que merecen.
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