Pues será que yo vi otro debate, porque no me pareció tan arrolladora la victoria de Kamala Harris sobre Donald Trump. Claro que yo no soy de Milwaukee o quizás sea que la vigilia obligada por el horario en que se emitió en España el cara a cara pasaba factura en la capacidad de análisis. Porque si miramos los sesudos análisis de comentaristas a este y al otro lado del Atlántico, la candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos se impuso al aspirante de los republicanos.
Fue, de entrada, un debate algo encorsetado para lo que es tradición en Estados Unidos. No por los periodistas, que preguntaron sin problema, sino por todo lo que rodeó a los candidatos: micrófonos cerrados cuando hablaba el contrario, una realización televisiva que no primaba la espontaneidad a sino el equilibrio en tiempos y planos de ambos contendientes y unos bloques temáticos, con tiempos cerrados, que eran inamovibles.
Me quedo en especial con dos gestos. Primero, con el de Kamala Harris tomando la delantera al salir a escena y acercarse a Donald Trump para saludarlo, en especial cuando estaba el precedente del cara a cara entre el candidato republicano y Biden, en el que no hubo saludo alguno. Y en segundo lugar la tendencia de la aspirante demócrata a sonreír, e incluso reír abiertamente, frente al gesto serio y hasta mal encarado de Donald Trump. Harris tiraba de sonrisa hasta en los momentos en que más barbaridades soltaba Trump, una reacción que ya no parece espontánea pero que da resultado en pantalla: es algo así como ‘me río por no llorar, aunque lo que diga este hombre no es para tomárselo a broma porque puede volver a ser el tipo más poderoso del planeta’.
Ahí puede resumirse la estrategia en lo que resta de campaña: ¿quiere usted a un presidente instalado en la ofensa, al contrario, la descalificación personal a base de estereotipos y la proliferación de bulos? ¿O prefiere a una candidata que sonríe y que si falta al respeto a su oponente lo hace precisamente con esa sonrisa?
La política es tan cambiante que quedan días suficientes para que las encuestas den la vuelta a partir de cualquier acontecimiento que a día de hoy nos pueda parecer nimio. En pocas semanas nos hemos encontrado con Trump convertido en héroe por superar un atentado y con los sondeos dando la vuelta en cuanto Joe Biden dió un paso a un lado y apareció Kamala Harris en escena.
Queda, por tanto, partido por disputar, pero ya al menos sabemos qué cara (agria) pone él y cuál ella (sonrisa y contundencia).
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