El debate político, pero también debate social, y en el caso que hablamos lo que debe prolongarse –en este caso, acortarse– la semana laboral, aflora las distintas sensibilidades presentes en la relación que los trabajadores mantienen con algo tan esencial en la vida de cada uno de ellos como es el trabajo.
Diversos estudios apuntan a que la llamada generación Z, es decir la de aquellos que llegan hasta los 25 años y están empezando a incorporarse al mercado, prioriza ser «feliz» con una situación profesional más flexible para empastarla con su existencia personal, menos apegada al sueldo y más a las condiciones de conciliación y con un contraste de los valores propios con los de la empresa.
La historia del afianzamiento de la democracia en España no se entendería sin la paulatina conquista de derechos laborales y sin una creciente conciencia sobre un dilema eterno: trabajar para vivir o vivir para trabajar.
Una disyuntiva que ofrece tantos matices según el trance individual que afronte cada cual y que difícilmente puede quedar reducida a un catálogo de aspiraciones de máximos y de buenos propósitos.
Porque sigue habiendo trabajadores, bastantes de ellos jóvenes, que no pueden permitirse el lujo de aún cuando todos y cada uno ambicionarían la felicidad laboral.
Pero cada uno, a su manera.
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