Esta sociedad te exige el ser fuerte siempre. No te da la posibilidad de ser frágil o de estar frágil en determinados momentos. Yo tengo sesenta y ocho años. Y he pasado veintiséis veces por un quirófano, pero todo el mundo me dice que estoy acostumbrado a ello y que soy fuerte. Lo que no sabe nadie es lo que cada uno de nosotros pasa cuando llega el momento de ir en una camilla a través de un pasillo hasta la sala de quirófano. O bien si te tienen que poner quimio o radio, o cualquier otra prueba.
Esos son los momentos en los que te sientes frágil y tienen o tenemos el derecho a sentirnos así. Y sobre todo cuando llegas a una edad en la que has dejado de ser productivo a pesar de que te hayas dejado la piel durante toda tu vida con el trabajo. Si eres pensionista y a pesar de que sigas activo escribiendo o en cualquier otra actividad de ayuda a hijos o nietos. Incluso en esas familias donde se depende de los abuelos porque falta el trabajo… pero a pesar de todo ello, para el Estado lo que importa es la productividad y ya parece que cuando eres pensionista ya estás totalmente amortizado.
Esa es la pura realidad y, encima, te exigen que estés siempre fuerte. Y yo reivindico el derecho a ser frágil.
Este fin de semana escuchaba a mi escritor favorito, Juan José Millás, tiene setenta y siete años y ha tenido una operación esta pasada semana. Reclamaba precisamente eso, el derecho a ser frágil. Y aunque él está plenamente activo escribiendo libros, programas de radio y artículos en prensa ya oficialmente no es productivo.
Mi última intervención quirúrgica fue hace dos meses y medio. Una prótesis de cadera, la segunda prótesis. Todo ha ido bien pero el tiempo pasado en la UCI fue tremendo con unos dolores espantosos y sí, fui frágil y tengo derecho a ello como todos los mayores.
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