J. A. Ortega | Periodista y Escritor
Aunque pudiera parecer que es el PP la formación política que más tiene que perder en caso de obtener un mal resultado en las próximas elecciones de junio, es, en realidad, el PSOE quien se la juega.
El partido que lidera Mariano Rajoy tocó fondo en los comicios del pasado 20 de diciembre y todos los sondeos apuntan a que no empeorará en votos ni en escaños en la cita con las urnas que nos espera al final de este mes. Y ello a pesar de que es una organización cercada por la corrupción. O tal vez por esto. Lo que no es de extrañar, teniendo en cuenta que en los últimos años los populares alcanzaron las máximas cotas de poder como ningún otro partido y que representan los intereses de los que precisamente más dinero tienen para corromper.
Sin embargo, los socialistas podrían conseguir el día 26 aún menos sufragios de los que consiguieron en la convocatoria del pasado año y esta circunstancia podría suponer para el partido del puño y la rosa, y para quien lo encabeza, un fracaso estrepitoso. Una nueva y penosa travesía por el desierto de consecuencias más graves que las sufridas hasta la fecha desde la restauración de la democracia en 1976. Posibilidad esta que, de confirmarse, sería injusta para el PSOE, ateniéndonos a los méritos contraídos y a los servicios prestados al proyecto de España, con sus aciertos y sus errores. E injusta, igualmente, para su secretario general, y candidato a la presidencia, ateniéndonos al trabajo que hubo de llevar a cabo –¡menudo papelón le tocó al hombre!– cuando el actual presidente en funciones no tuvo otra ocurrencia que dar la espantada que dio rechazando –¡algo insólito e inaudito!– la propuesta del Jefe del Estado para someterse a la sesión de investidura el pasado mes de enero.
Las elecciones del 20 de diciembre colocaron a la formación socialista en el punto de mira y en un brete. Pues, aun no siendo la opción más votada, fue la que con más respaldo contó en el Congreso de los Diputados, gracias al acuerdo con Ciudadanos, y la única que se mostró capaz de concitar más apoyos que las demás en liza a la hora de reunir tras de sí una mayoría lo suficientemente estable como para gobernar. Es decir, otorgaron al PSOE un protagonismo que en principio no le correspondía, siendo la segunda en lugar de la primera fuerza política del arco parlamentario. Y al mismo tiempo, con la ayuda inestimable de Rajoy, sirvieron también para encasquetarle a su candidato, Pedro Sánchez, la pesada responsabilidad de intentar conformar un gobierno. Una tarea harto complicada que asumió como un honor –cuando bien podría considerarse a posteriori un regalo envenenado del destino– y que, lamentablemente, no pudo culminar con éxito.
No obstante, las elecciones del 26J pueden poner al PSOE y a Sánchez en un apuro aún mayor. Excepto si las urnas vuelven a arrojar unos resultados muy similares a los del 20D y el temido sorpasso de Unidos Podemos no se produce. Si los socialistas logran en torno a los 90 diputados y la alianza de Podemos e IU fracasa en sus expectativas, Iglesias y Garzón tendrían muy difícil justificar una nueva negativa a un gobierno de cambio, apoyado por C’s. Siempre y cuando, claro, los de Albert Rivera mantengan el tipo. Pero si Unidos Podemos supera en votos y en escaños al PSOE, los socialistas se verían en la complicada tesitura de tener que elegir entre apoyar un gobierno encabezado por los podemitas o abstenerse y permitir un gobierno de Ciudadanos y PP. Es decir, escoger entre dos alternativas, a cual peor, para su presente y su futuro como referente de la izquierda en este país.
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