Llama la atención la demagogia, el oportunismo y la hipocresía de la que se ha hecho gala en el caso referido a la subida de sueldo de Paco Anaya, como persona de confianza de la nueva alcaldesa.
Se han cargado injustamente las tintas sobre la cuestión de sus emolumentos y, lo que es peor, sobre su persona. Quienes han rajado no lo han hecho por su gran preocupación por el estado de las arcas municipales sino para sacar rédito político de la situación, cuando no por pura envidia. Porque más de uno de los que han dicho esta boca es mía respecto a este asunto, y que yo conozco, vendería su alma al diablo no ya por ganar lo que él gana, sino incluso la mitad.
A este hombre no se le ha juzgado ni por su competencia ni por su trabajo, sino por haber aceptado un cargo de alta responsabilidad que desde alcaldía se le ha ofrecido y cuya remuneración está regulada por ley. Antes de hablar más de la cuenta, muchos deberían saber que Anaya se incorporó a la plantilla del Ayuntamiento, en el equipo de la ahora primera edil, hace dos años, percibiendo unos 600 euros menos de lo que cobraba como profesor de Secundaria y jefe de estudios en el instituto Carlos Cano. Pocos son, pero que muy pocos, estoy seguro, los que harían lo mismo. ¿O no?
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