Entropías y veleidades del alma, por A. Tomás


 

En termodinámica, la entropía es una magnitud física que calcula y determina la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo. En tal sentido, en nuestra casa, que no es otra que nuestra querida España, esa energía que no produce trabajo, que nace de nuestras manos y se pierde en la nada, se escapa por las rendijas de la desesperación y la zozobra, alcanzando cifras escalofriantes de coste de oportunidad, desempleo preocupante y miseria irreverente. También los usos academicistas asocian la “entropía” a la medida del desorden de un sistema, que con todas las licencias, no tiene porque ser sólo matemático, también social o económico. En estos tiempos en los que el bombeo de la sangre descorazona extrañamente y la desidia atrae la mueca desolada, quizás en lo que mejor acomodo encuentre el fulgor de la entropía sea en su acepción etimológica griega, como concepto de evolución o transformación. De Grecia vinieron las palabras, la democracia y la cultura, y hoy no deja de ser un triste ejemplo de la hecatombe de lo que puede estar por venir.

Una evolución personal, una transformación social que navega como barco sin rumbo al socaire de la voluntad antojadiza y entrópica del deseo vano de unos pocos detentadores del poder, al calor de una economía que languidece junto al cadáver capitalista, que todo lo puede y a todos esclaviza. La actualidad de nuestro país presidida por el desencanto político, el desempleo y una crisis que amenaza con devorarnos cual Saturno, está transformando las voluntades de cada uno de nosotros, haciendo mella en las veleidades del alma, parcela que jamás debería conquistarse por las circunstancias exógenas que mueven cual polichinela a cada hombre, como diría Ortega y Gasset. La reciente Cumbre Iberoamericana de Cádiz evidencia la hegemonía emergente de muchos países latinoamericanos, mientras España se desangra lentamente. En un día como hoy, pero de 1520, mientras tantos se devanan los sesos con fórmulas que nos saquen de este desastre y otros tachan un día más de ese mes que cada vez se les hace más largo, Fernando Magallanes atravesaba henchido de sueños el estrecho que después llevaría su nombre, en busca de tierras ignotas en su particular circunnavegación planetaria. Eran tiempos donde el astrolabio nos hacía mirar a las estrellas y el corazón guiaba nuestros pasos, donde la palabra tenía más valor que la ley y en los mapas de mares desconocidos se dibujaban dragones. Hoy no miramos el firmamento, sólo nos deleitamos en la pantalla del ordenador, malviviendo para pagar, en una subsistencia de especuladores sin escrúpulos y candados en los contenedores de basura.

Hablando de las Américas, precisamente en otro veinte de noviembre de 1542 se promulgaban las Nuevas Leyes de Indias, que propiciaron la creación del Consejo de Indias o la prohibición de la esclavitud de los indios. Eran los tiempos en los que Carlos I se enorgullecía de decir que “en mi imperio nunca se pone el sol”, sin saber ni imaginar siquiera que siglos después ya no existirían territorios de ultramar ni orgullo de metrópolis. Estas son las caprichosas veleidades del corazón, la futilidad de la negra Historia española. Como decía Sánchez Albornoz “la historia es la hazaña de la libertad, y la libertad, la hazaña de la historia”. Hoy España ya no es un imperio, sólo vende un producto, tiene una gran historia pero la libertad está cautiva por el “terrorismo financiero” y la idiotez politizada.

Embelesados en guerras bizantinas, los políticos no parecen atender las necesidades sociales y los grandes problemas de necesidad mayúscula que nos atenazan, y que se han convertido en coyunturales y generacionales. En días como hoy, efeméride del Tratado de Paz de París de 1815, que puso fin al sueño napoleónico de una gran Europa francófona, son muchos los que están sufriendo condiciones más duras que las que se firmaron entonces. Europa no es lo que podía ser, ni tampoco es lo que soñó Napoleón o por lo que lucho Carlomagno. Hoy los estrategas no visten con galones, torzales, bocamangas y corazas, no pretenden conquistar territorios, prefieren exprimir países, colonizar nuestras cuentas corrientes y desahuciar las vidas de las masas, saturadas de deudas, hipotecas y empobrecidas por la usura de las finanzas. Estos conquistadores de lo ajeno disparan sin apretar el gatillo y desfilan sin dar la cara, chantajeando a los estados y aguardando al ciudadano detrás de ordenadas mesas de oficina, de las que cuelgan cajones repletos de las llaves de nuestras casas.

Que se puede hacer cuando todo es pagar sin tener, cuando las decisiones no emanan del pueblo y los que pueden cambiar las cosas no saben, no quieren o no pueden. En este tiempo de fulgores fieros, donde la existencia se diluye como un azucarillo en el mar de los desengaños, las palabras de Pablo Iglesias toman todo su significado : “A veces las huelgas hay que hacerlas por dignidad”. Porque quizá la dignidad y la esperanza sea lo último que nos quede al final a todos. Por eso entiendo plausibles y comprensibles movilizaciones como la pasada Huelga General, a pesar del coste económico, el hastío social infinito, el protocolo sindical y las batallas estadísticas, politizadas al calor de los medios prostituidos por el poder. Desde luego que lo peor que nos pudiese pasar sería el inmovilismo social y la indiferencia hacia el prójimo. El sentimiento de orfandad, de falta de referentes que tienen los ciudadanos, anhelando mesías que les salven de este infierno, anegan las calles. Habrá quienes piensen que ya no existen doctrinas e ideologías que nos hagan pensar y sirvan de guía, que todo murió con el siglo pasado. Aunque nadie muere de amor ni por principios, creo como romántico filantrópico en la bondad de las personas, en lo que ha perdurado a través de los lustros, por encima de creencias y dogmas, la lucha social y el valor de lo justo, que irremediablemente forjarán nuestro futuro.

Ya no existe un David Livingston que explore tierras remotas y el Libro Rojo de Mao Tse -Tung se vende como un souvenir más en Beijing. La máquina Enigma ha dejado de ser un enigma y las épocas de las revueltas armadas como la Revolución Mexicana, iniciada por cierto otro veinte de noviembre de 1910, son ecos de nostálgicos cuadros pintados por Diego Rivera. Tiempos de gestas y gestos, en los que un Emiliano Zapata movía las masas con unas simples palabras al compás de los mariachis y las balas que silban : “Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”. Hoy todo ha virado, el honor sólo es una palabra, los principios son slogans de campañas políticas que jamás se cumplen y nadie pretende morir por ellos, más bien lo hacen a manos de otros hombres a los que sirven como “esclavos” sin darse cuenta. Estas reflexiones no son una apología de revoluciones armadas y una llamada a la conflictividad social, pero sí que nos pueden servir de revulsivo para entender que hemos perdido mucho en el camino, que desde entonces muchos de esos derechos por los que tanta sangre se derramó, poniendo muchos muertos por delante, se están perdiendo al albur y bajo el falso pretexto de austeridades y recortes que en nada nos benefician y que realmente persiguen un cambio social profundo propiciado por los mismos que engendraron esta crisis, con la que se lucran mientras nosotros la padecemos. Las personas tienen que meterse en la cabeza que la acción social y la unión por un fin común son la clave de la fuerza del cambio, y ejemplo reciente de esto lo vemos con el tema de los desahucios. Como decía el escritor ruso León Tolstoi, fallecido un día como hoy de 1910, “el secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace”, y ese el problema social que hoy existe, que ya gran parte del pueblo no hace lo que quiere sino lo que puede o le dejan, y que además no se quiere siempre lo que se hace, no se pone voluntad y corazón en cada una de las cosas que hacemos o decimos, y créanme esta es la fórmula para sacar del atolladero a nuestro país.

Cuánto ha cambiado la sociedad, cómo transcurre el tiempo. En un día como hoy el pintor impresionista Salvador Dalí inauguraba su primera exposición en París ? 1929 ? sin ser consciente que años después, en 1945 se iniciarían los Juicios de Nuremberg en Alemania, por los crímenes nazis durante la II Guerra Mundial ó que en otro día como éste de 1975 falleciera en España Francisco Franco, sin juicios por cierto. Así es la Historia de nuestro singular país, el silencio es el reproche que reciben los caudillos y el exilio sus poetas. He de confesarles que de todos estos veintes de noviembre, el que quizá sea más importante y merezca por sus logros el calificativo de efeméride de efemérides es la adopción por Naciones Unidas de la Declaración de los Derechos del Niño en 1959. Hoy como entonces, la vida y los derechos del menor y de la mujer se siguen vulnerando a lo largo y ancho de este mundo, que cambia en la forma pero poco en el fondo.

El desorden antrópico invade nuestros anhelos y la catarsis de sentimientos se aglutinan en nuestras gargantas. Que la veleidad voladera y antojadiza que preside nuestras precarias existencias no nos deje ver el camino andado. No somos como sociedad lo que hemos sido, pero siempre nos queda la esperanza de poder ser mucho mejor de lo que ahora somos. No debemos cejar en nuestra lucha que es de todos, el éxito comienza con el intento mismo. Nuestro país, nuestra casa, tendrá que dejar la ruina y las desgracias, para tornarse cual girasol a la luz de la esperanza. Solo tenemos que creérnoslo, que luchar codo a codo por ello. Lo hemos hecho en otros tiempos, porque no ahora también.

Pintada, no vacía:

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.

Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruidosa cama.

Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.

El odio se amortigua

detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

Poema “Canción Última” Miguel Hernández Gilabert  ( 30 Octubre 1910 – 28 Marzo 1942 )

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