Obituario

Fallece a los 90 años el sacerdote ceutí Vicente Peña Jiménez


 

A pesar de los achaques y dolencias de los últimos años, este sacerdote ceutí hasta sus últimos días ha sido uno de esos seres privilegiados que saben vivir sin permitir que la vejez, los dolores y las enfermedades deterioraran los ganas de seguir creciendo. Aunque ya hacía más de quince años que soportaba un padecimiento que, de vez en cuando, lo postraba en el lecho, nunca permitió que se frenara su dinamismo ni que se apagara su entusiasmo vital. A pesar de sus achaques, seguía con ganas de vivir y con deseos de ser útil a los demás. Nos empujaba mostrando sus anhelos para que siguiéramos contando con él, con su tiempo y con sus experiencias, sin esperar nada a cambio.

Vicente Peña Jiménez

Nació en Ceuta el 23 de agosto de 1934 y en esta ciudad cursó todos los estudios del Bachillerato. Ingresó en el Seminario Conciliar de San Bartolomé a los 19 años y aquí estudió las Humanidades, la Filosofía y la Teología. Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1961 por el Obispo Monseñor Tomás Gutiérrez Díez. Fue Coadjutor de las parroquias de Santa María Micaela, Párroco de San Miguel, los Milagros, Espíritu Santo y de San Antonio, todas ellas de Algeciras.

Vivió y convivió en este rincón extremo de Europa como tierra en la que asentarse y como escenario único en el que desarrollar toda su actividad pastoral y en el que llevar a cabo sus proyectos vitales; aquí se enraizó y se ha identificó con sus gentes. Como deportista entrenado para perder y para ganar, siempre se sintió empujado por una voluntad de hierro de constante superación: nunca se dio por vencido. 

Sin ser paternalista, sabía ser padre de todos, ocupado y preocupado por los asuntos de los feligreses ofreciendo y, al mismo tiempo, solicitando comprensión, ayuda, afecto y cariño. Y es que, bajo una capa de ingenuidad, escondía el tesón de un corazón luchador y los sueños de un alma romántica. Quemaba su vida ofreciendo la imagen del sacerdote desprovisto de posturas hieráticas y de gestos solemnes. Sin caretas y sin maquillajes, desafiaba las convenciones vacías y nunca cayó en la tentación de buscar la notoriedad ni de distanciarse de la gente sencilla. “Era tan noble, tan normal y tan llano –me decía su compañero y amigo Tomás Nieto- que a muchos no les parecía un cura”.

Con una pizca de rebeldía evangélica, siempre prefirió los riesgos de la honestidad a las ventajas de la mentira. Estaba convencido de que los hombres sólo podemos mejorar cuando decidimos no engañarnos a nosotros mismos. Por eso, sus palabras eran auténticas como lo era su amistad, su ternura, su comprensión, su humor y su tristeza. Usaba las palabras de las gentes sencillas, hablaba poco y teorizaba sólo lo imprescindible.

Con sus gestos sinceros y con sus comportamientos cordiales proclamaba la superioridad de la sencillez, la grandeza del trabajo y la supremacía de la amistad: el padre Peña -detallista, sensible e intuitivo- era un hombre de fe que luchaba por solucionar problemas, lloraba con las desgracias de sus feligreses y reía con sus gracias; aplaudía los triunfos de la bondad y los fracasos del mal, nos demostraba que tenía alma y que poseía corazón.  Que descanse en paz.

 

 

 

 

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