Fallece el “hermano” Andrés Avelino González a los 81 años

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Al tener noticia del fallecimiento de Andrés Avelino he recordado las palabras que el papa Francisco dirigió al periodista italiano Eugenio Scalfaro: “Si me encuentro ante una persona clerical, en un abrir y cerrar de ojos me convierto en anticlerical. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo”, una frase casi idéntica de la que me dijo este hombre bueno y creyente coherente, un sacerdote que, sin ser radical ni integrista- leía y vivía el Evangelio profundizando hasta sus raíces y sin omitir ninguna de sus páginas. En una de las dilatadas conversaciones que mantuvimos hace ya más de cincuenta años, me explicó que él contemplaba los gestos de Jesús y escuchaba sus palabras, con la misma sencillez y con idéntica naturalidad con las que los contemplaron y las escucharon sus discípulos más directos: “Un pescador, por ejemplo, es el que, para alimentar a su familia, se adentra en el mar, echa las redes y recoge peces. Un pastor es el que apacienta las ovejas, las conoce, las llama por sus nombres y las conduce a pastos abundantes para que sacien su hambre”.

El “hermano Andrés Avelino”, como él quería que lo llamaran, estudió Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario Conciliar de San Bartolomé y, tras ser ordenado sacerdote por el Obispo Antonio Añoveros Ataún en 1970, trabajó como peón albañil, se embarcó y fue pescador durante diez años, y durante toda su vida sacerdotal fue párroco de San Pedro y San Francisco Javier de Algeciras.      

Sus actitudes y sus comportamientos nos han mostrado que el sentido de las palabras y de los mensajes evangélicos lo captan mejor los niños ingenuos y los hombres sencillos que los doctos exégetas y los eminentes hermeneutas. Para interpretar en toda su profundidad el significado de las palabras evangélicas como “agua”, “pan” o “vino”, sirven más las experiencias del hambre o de la sed que los estudios lingüísticos; para conocer la naturaleza del trigo y de la cizaña, de la riqueza y de la pobreza, del trabajo y del descanso, de la salud y de la enfermedad, del poder y del servicio, de la alegría y de la tristeza, del dolor y del bienestar, del sufrimiento y del placer, del poder y de la impotencia, es más útil tratar de comprender a los hombres y esforzarse por leer los paisajes, que aprender las definiciones de la Retórica o de la Poética.

Su testimonio sencillo nos ha confirmado que los contenidos de la fe no se entienden si no percibimos, hacemos y padecemos la realidad de la vida. Por eso, en sus trabajos con los marineros y con los emigrantes, se empeñó por lograr que el mar no fuera el morir de unos hombres que luchan por sobrevivir, sino un horizonte abierto hacia un vivir más humano. Por eso, denunció la marginación y la explotación, las ansias de poder e, incluso, esa solidaridad de salón de la que se benefician sólo los más listos.

Andrés Avelino –ingenuo y elemental, ajeno a las modas y a los moldes- ha sido un personaje exótico y un cura raro, paradójicamente, por lo natural que era: por su manera tan normal de escuchar, de hablar, de vestirse, de tratar a la gente, de acompañarlas en su dolor, de celebrar los sacramentos y de predicar. Explicó el Evangelio, no como el arqueólogo o filólogo que investiga vestigios antiguos, sino como el que hace una llamada a la libertad y a la concienciación, como el que realiza una defensa de los más humildes, como el que emprende una aventura siempre recomenzada: una aventura que no consiste en escalar escarpados picos o en adentrarse en profundas cavernas, sino en acercarse a los hombres y a las mujeres que sufren.

Esta actitud audaz y este comportamiento valiente le han permitido vivir con dignidad sin necesidad de ínfulas. Andrés Avelino -prescindiendo de lo secundario y de lo banal, de lo anecdótico y de lo pasajero- siempre prefirió asentar su ministerio en el suelo nutricio del Evangelio y beber directamente en el manantial de las aguas transparentes de las Sagradas Escrituras. Que descanse en paz.

 

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