SOBRE NUESTRA VIDA

Hemos de establecer un ambiente emocional adecuado para aprender

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Aunque lo sabemos, siendo maestros, rara vez invertimos tiempo y energía en crear el ambiente necesario para que el aprendizaje pueda ocurrir. Igual que la creatividad que no “se hace”, sino “ocurre”, el aprendizaje no se puede forzar. 

Y es eso: podemos tener, como profesores y maestros, una metodología sofisticada y actualizada, con uso de tecnologías e inteligencia emocional incluida, pero si no ponemos nuestra intención en crear una relación positiva entre todos – maestro y alumnos, el aprendizaje no ocurrirá.Los “de la vieja escuela” dirán que antes se “aprendía” con menos “tonterías” – y tendrán razón. Pero, ¿qué es lo que aprendían?

Si en lengua tenían que memorizar las conjugaciones en subjuntivo y pretérito perfecto simple, lo que aprendían, como mucho, es a memorizar, y posiblemente también, a odiar la asignatura. Dudo que aprendieran a amar la lengua y expresarse con fluidez, corrección y encanto – excepto en el caso de dar con un profesor que para los alumnos supusiera un ejemplo a seguir, un referente, una persona que se implicaba y mostraba un verdadero interés por los chavales. En definitiva, es la relación y el ambiente que se crea en clase lo que nos hace disponible para aprender.

Os cuento una experiencia que he tenido esta semana con los niños de una familia a los que enseño alemán. O al menos esa es mi intención. No es cosa fácil en un cuadro de este tipo – una hermana y dos hermanos que, además, se embarcan rápidamente en las típicas peleas de hermanos. De hecho, en todos estos meses que llevo trabajando con ellos en su casa, no me he planteado en ningún momento dar “clase” en el sentido clásico. Más bien hacemos actividades en las que van poco a poco aprendiendo a decir y entender cosas en alemán. Y aunque desde los primeros meses me fascina cuánto entienden y saben ya, a menudo me acompaña una sensación agridulce: ¿realmente vamos bien de esta manera? No consigo hacer casi nunca lo que me propongo, y cuando planteo una actividad de juego terminan peleando. 

Comenzó así, antes de empezar la clase. Pelea. Una hace una cosa, el otro responde, se enfada, la otra se ríe, y ya tenemos una guerra abierta. Un ping-pong de “tú has empezado”, “la culpa es tuya” etc. – en fin, una clásica discusión entre hermanos. Yo intentando mediar y diciéndome: ¿Cómo puedo dar clase así?

Las emociones adecuadas. También están ahí las mías. Yo pierdo la motivación en un ambiente así, hoy lo he visto claro. Así que, decidí dejar de lado mi misión como “enseñante”, y ser persona, ante todo. Si bien ellos son niños aún, no son tan diferentes a mí. O sea, todos tenemos emociones que o nos motivan o nos quitan las ganas. Así que me senté y les expresé mis sentimientos respecto a este ambiente tan hostil entre ellos. Comenzamos a hablar, de sus cosas. Y no es que resolviéramos el conflicto latente de hermanos, pero entendieron que había que intentar llevarse bien, al menos durante la clase. El más pequeño incluso dijo: yo no quiero pelearme. Al final, entre todos decidimos realizar una actividad, y pasamos un rato juntos. 

En todo esto, me relajé. Dejé toda intención de “ser la maestra” atrás, y busqué la relación entre ellos. Invertí en nuestra relación, ellos y yo. Yo con ellos. Ellos conmigo. 

Esta es mi observación de la experiencia: terminaron contándome cosas de su vida. No en el idioma meta, pero se abrieron a mí. Al final les hice algunas preguntas en alemán que nunca habían escuchado. Intuían lo que les estaba preguntando, e intentaron contestarme. E incluso, sin que yo se lo pidiera, el del medio me preguntó “qué hora es?” en alemán. – “Wie spät ist es?”

Claro, él tenía ganas de terminar y ponerse a jugar en el ordenador. ¡Y supo comunicarse en alemán! Es eso lo que me hizo pensar. Aprendemos sin darnos cuenta, sin que haya alguien que nos insista, cuando hay una relación de confianza, un ambiente emocional adecuado. 

Y digo yo: ¿será que, en realidad, es así como más aprendemos?

 

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