Rafael Fenoy Rico | Secretario de Comunicación Educación de la Confederación General del Trabajo (CGT)
La asociación Alcultura de Algeciras viene celebrando encuentros literarios una vez al mes. El último, se ha centrado en la figura de Dámaso Alonso, longevo poeta ya que nació en 1898 y murió un 25 de enero, de 1990. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura muy joven en 1927, le han seguido otros, incluyendo el Premio Miguel de Cervantes 1978. Se licenció primero en derecho y después en filosofía y letras, ejerciendo su oficio de poete, escritor, crítico literario y filólogo de la lengua española, participando de la generación del 27. Ingresa en la Real Academia Española de la Lengua en 1945, siendo director de la misma desde 1968 a 1982.
Precisamente hace ahora 70 años que se publicó una de sus obras más conocidas e importantes: Hijos de la Ira. En esa obra poética se encuentra un poema titulado Insomnio, que merece ser considerado tantos años atrás. Es necesario conocer y situar, en el contexto histórico, la publicación de este poema. Corría el año 1944 en la España de la postguerra más dura. Cuesta imaginarse como este poema pudo pasar la doble censura, tanto política como religiosa. Posiblemente ese año sumamente convulso, cuando la victoria de los aliados contra la Alemania Nazi parecía posible, hizo dudar a quienes por oficio y beneficio censuraban a diestro y siniestro. Posiblemente una lectura precipitada hiciera creer que el planteamiento de Dámaso se alineaba con el Movimiento Nacional. Lo cierto y verdad, salvando la referencia a ese Madrid, que aún pudiera existir aunque de manera menos tétrica, es que puede considerarse en su universalidad, tanto en el tiempo como en el espacio.
Comienza el poema: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).” El poeta no duerme bien: “A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.” En esa vigilia además el poeta pregunta, nada menos que a Dios, “por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.” El poeta va más allá y en forma de pregunta le reprocha al mismísimo Dios su inactividad, su falta de compasión con los que sufren y mueren. “Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?”
Duros pensamientos, envueltos en aciagos sentimientos, que por otro lado hace muchos años se viven y que el “alma” del poeta no puede esconder por más tiempo. Aquellas personas que vivieron esa durísima postguerra, llena de miedos, angustias y mucho, mucho silencio, comprenderán el enorme valor que tuvo Dámaso Alonso para expresarse como lo hizo. Su poema es la denuncia más clara de un régimen que condenaba a todo un pueblo a la podredumbre, con el mayor de los silencios de un Dios que ya no estaba.
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