¿Es real la oposición radical e insalvable la incompatibilidad entre los números y las letras, entre las ciencias y las artes, entre las matemáticas y la literatura? Es posible que muchos respondan afirmativamente a estas preguntas porque, quizás, nos hayamos acostumbrado a pensar que pertenecen a dos mundos opuestos y que, por lo tanto, sus aprendizajes y sus prácticas exigen capacidades diversas y, a veces, irreconciliables entre sí.
Tengo la impresión de que la convicción del alejamiento irreconciliable entre las ciencias y las artes olvida que, por ejemplo, Platón y, después, los autores medievales en los planes de estudio incluyen, además de la Gramática, la Retórica y la Lógica, la Aritmética, la Música, la Geometría y la Astronomía. Reconozcamos que, también en nuestros tiempos y en nuestros lugares, brillaron algunos “sabios” que, además de lingüistas y poetas, fueron unos reconocidos matemáticos y astrónomos como, por ejemplo, nuestro paisano Eduardo Benot.
En esta obra la profesora Saran Hart nos explica con detalle, con claridad y con entusiasmo su convicción de que las matemáticas y la literatura son dos mundos que, aunque diferentes, son compatibles y están permanentemente conectados. Tras demostrar con ejemplos claros que el lenguaje matemático es figurativo y cómo se sirve continuamente de metáforas para nombrar y para explicar sus descubrimientos, invita tanto los artistas como los científicos a que eviten la tentación de encerrarse en sus respectivas torres de marfil.
Con la intención de persuadirnos de que las matemáticas y la literatura están íntimamente relacionadas, enumera una amplia serie de vínculos que, además de mostrar sus analogías y sus parentescos, son estimulantes invitaciones para que aprendamos y disfrutemos con ambas destrezas. Demuestra, por ejemplo, cómo los números son elementos naturales de las actividades creativas y recreativas y, como consecuencia, defiende que las matemáticas merecen ocupar un lugar en las tareas artísticas y literarias porque encierran unos atractivos rasgos de belleza. En mi opinión la conclusión tras la lectura de esta obra clara, amena y estimulante a pesar de su profundidad, es que los escritores, los poetas y los científicos pueden y deben entablar un diálogo que, sin duda alguna, será mutuamente clarificador y enriquecedor. Sin duda alguna proporcionará estimulantes ideas a los profesores de las diferentes disciplinas y de los distintos niveles de la enseñanza y, por supuesto, a los artistas y a los científicos.
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