La democracia aristocrática ha muerto. ¡Viva la democracia real!, por R. Fenoy


 

La han matado a fuerza de escándalos, fraudes y conjuras bancarias y mediáticas. Quienes manejan el dinero han concluido que eso de la participación del pueblo en la acción de gobierno no es bueno para sus intereses. También han llegado a la conclusión de que ese pueblo ya ha sido acostumbrado a votar y votar, sin saber bien que se vota y a depositar la confianza en quienes mejor le venden humo. La rosa y la gaviota, fundamentalmente escenifican una batalla incruenta que supone la aceptación implícita de que unos y otros seguirán ganando, gane quien gane.

La democracia, para algunos políticos desde hace treinta años demos-gracia, no para de desangrarse y las gentes de bien asisten perplejas a esta “merienda de negros” (frase hecha sin ribetes racistas o electoralistas, por aquello del candidato de ese color) que supone la subasta de las riquezas de todos para que al final se la lleven los bancos y los políticos en sueldos y demás prebendas. Algunas personas me comentan que ellos lo tienen claro que ni a unos ni a otros, otras me dicen que a este ni pensarlo, que lleva muchos años comiendo de la olla, otros me cuentan que si llegan aquellos puede ser peor, hay quienes siguen hablando de derechas y de izquierdas, lo cual implica que aún no se han dado cuenta que todo es derecha pura y dura (hasta quien lleva el slogan en el título, ya que dona sus favores al mejor postor una vez se han cerrado las urnas). Eso sí todo para tener poder y de esta forma poder hacer cosas positivas por el pueblo. Quizás lo que más puede preocupar es el inmenso sentimiento aristocrático de quienes se dedican a la política, porque en el fondo y también en las formas, desprecian la sencillez de un pueblo que solo tiene tiempo para trabajar y de esta forma ser “ordeñado”, impositivamente hablando, para mayor gloria de los “mejores”, de aquellos que han llegado a la dirección de los asuntos públicos.

Corre por la red un video colgado en youtube que se denomina Mouseland, que recoge el cuento que graciosamente contaba Tommy Douglas, apodado el Gigante de la pradera, relacionado con un pueblo de ratones que siempre votaban para políticos a gatos. La moraleja acababa con un ratoncito que manifestaba la idea de que los ratones debían votar a ratones, ya que como todos saben los gatos comen ratones. Contado en los años 30, después de la gravísima recesión que sufrió Norteamérica y Canadá, mantiene una actualidad rabiosa, si bien le falta una conclusión importante y es que si con el voto se transfiere el poder y los votantes no tienen nada más que decir en 4 años, los ratones acaban siempre siendo gatos. Porque no lo olvidemos ¡El poder corrompe! Y MATA A LA DEMOCRACIA.

Por ello es estos inciertos, graves y críticos momentos urge una reforma política que haga posible una democracia real ¡Ya!, donde el pueblo participe de todas las graves decisiones que les afectan mediante referéndums y las personas elegidas no sean políticos profesionales, ni sean manejadas por partidos con intereses ajenos a los del pueblo, al que siempre dicen servir. No es suficiente, aunque es un inicio, con el llamamiento a la superación del bipartidismo, ni tampoco votar otras candidaturas (las de quienes se dicen ratones) diferentes a las mayoritarias, las hegemónicas, porque es el actual sistema político el que contiene el virus del autoritarismo y de la corrupción. No es que sean unas personas peores que otras, es que toda persona sumergida en este sistema corrupto no tiene otra opción que volverse corrupta si de detentar poder se trata. Viene al caso la adaptación del famoso teorema de Arquímedes: “Toda persona sumergida en el sistema político partidario experimentará un empuje hacia arriba para obtener el mayor de los privilegios, igual al peso del volumen de semejantes que desplace hacia abajo”.

De manera sutil, poco a poco, comenzando por pequeñas decisiones que benefician a familiares y amigos o compañeros y compañeras de partido, y así sucesivamente y siempre por el bien del pueblo se llegan a aceptar regalos, sobornos, prebendas. Incluso termina pensando que ya que se da la vida por el pueblo es justo que el pueblo le pague según sus enormes desvelos y dedicaciones, es decir que se merece cobrar un salario que esté en proporción con sus merecimientos, que desde el punto de vista del político, son muchos y nunca debidamente reconocidos por el ciudadano medio, al cual sobrepasa en méritos sobradamente. Pero de que extrañarnos si España es una Monarquía.

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