La Iglesia ante la Guerra Civil en la Comarca

En esta sección el profesor e historiador, José Manuel Algarbani, da a conocer documentos y fotos sobre la república, guerra civil y posguerra relacionados con el Campo de Gibraltar.

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En la comarca, en mayo de 1931 y ya en plena guerra civil en algunos municipios de la comarca se quemaron iglesias y motivos religiosos, así como algunos archivos eclesiásticos. Analizar las causas necesitaría un artículo más extenso y no es este el cometido de este artículo de divulgación.

El documento que mostramos se refiere a la primera página del libro primero de matrimonios de la Parroquia Santa María la Coronada de Jimena de la Frontera. Una vez quemados los archivos eclesiásticos de Jimena, el primer libro de matrimonios comenzaría el 12 de octubre de 1936, “después de liberada la ciudad el día 28 de septiembre por el glorioso ejército nacional del invicto Caudillo, Generalísimo Franco, derrotando a las hordas marxistas que han destruido todos los libros de los archivos parroquiales”.

Podemos apreciar el uso del lenguaje de la época y la clara connivencia con el régimen franquista de la institución eclesiástica.

En un principio la Santa Sede indicó a los católicos españoles que aceptaran el nuevo régimen de la II República, principio que fue acatado por los obispos. El Gobierno provisional agradeció el gesto amistoso y anunció que en el ideario republicano estaba llevar a cabo la separación entre Iglesia y Estado.

Las cosas empezaron a cambiar cuando en diciembre de 1931 fue aprobada la Constitución de la República española. Algunos artículos chocaron con los intereses de la Iglesia, sobre todo los que hacían referencia a la separación Iglesia y Estado. Otros fueron muy discutidos. El artículo 26 (que generó gran polémica durante su debate parlamentario y originó la retirada de las Cortes Constituyentes de los diputados católicos, con la correspondiente crisis de gobierno) establecía la disolución de la Compañía de Jesús y la nacionalización de sus bienes; la prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas; y el fin de los presupuestos estatales destinados al Clero y al culto católicos.

El proceso de relaciones se fue distanciando y acentuando a medida que discurría el régimen republicano, hasta llegar a la sublevación militar de julio de 1936. Desde ese momento la Iglesia española fue un firme apoyo de los militares sublevados contra la República, que originó la Guerra Civil. Encabezada por el cardenal Primado arzobispo de Toledo, Isidro Gomá, la jerarquía proclamó su apoyo a la “Cruzada Nacional” del general Francisco Franco, aliado a Adolf Hitler y Benito Mussolini.

La posición tradicional de la Iglesia, era considerarse una víctima de la República lo cual le sirvió para justificar su entusiasmo por el dictador. El apoyo eclesiástico se convirtió además en presencia en los poderes del estado franquista. En las Cortes de 1943 eran procuradores (el equivalente a los diputados de hoy) los arzobispos de Sevilla (Segura), Toledo (Pla y Daniel), Granada (Parrado), Santiago de Compostela (Muñiz), Burgos (Castro) y los obispos de León (Ballester) y Barcelona (Mondrego). También estaban representados en el Consejo de Estado, principal órgano consultivo del régimen, altos prelados de la cúpula eclesiástica.

Por lo tanto, además de los procuradores natos y electivos, había un buen número de procuradores designados, que eran aquellas personas que pos su jerarquía eclesiástica o militar o por sus “importantes servicios a España”, designase el Jefe del Estado, Francisco Franco.

El Cardenal Primado, Isidro Gomá, fue el principal ideólogo del apoyo de la Iglesia a Franco, es el coparticipe de la famosa foto haciendo el saludo fascista junto a Franco.

La relación Estado-Iglesia esta cargada de simbolismo como el episodio en la que el Cardenal Gomá recibió la “espada vencedora” que Franco ofrendó a Dios y ordenó que fuera custodiada en el Tesoro de la Catedral Primada de Toledo. Otro ejemplo es el tratamiento de Franco como representante de Dios en España. Franco caminaba bajo el palio sagrado que la liturgia reserva a las imágenes de la Virgen, de los santos y a la Custodia sólo cuando lleva dentro la hostia consagrada que, para los católicos, es el cuerpo de Cristo.

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