La Islamofobia y los atentados de Francia

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Juan Luis González Pérez | Escritor y Analista

Uno de los daños colaterales del ataque mortal contra los periodistas y dibujantes del semanario satírico francés Charlie Hebdo, es justamente el repunte generalizado de los sentimientos de islamofobia. Tanto es así, que hay muchos expertos que opinan que el verdadero objetivo de la masacre era provocar esa reacción en el pueblo francés y en el europeo. Personalmente no voy a entrar en analizar versiones que, presuntamente, apuntan en tal sentido. No es el momento. Ahora es tiempo de honrar a las víctimas y tratar de frenar la escalada de acción>reacción>acción que puede desembocar en un grave conflicto interno en el país galo. Hoy mismo ha habido dos ataques a mezquitas, otro a un kebab y una policía local ha resultado muerta, al parecer, por los disparos de un «lobo solitario».

La derecha cavernaria aprovecha el caos para intentar su ideario supremacista atizando el odio interreligioso, mezclando inmigración, delincuencia, política penitenciaria, pena de muerte y régimen de libertades o límites a la democracia en un totum revolutum que deja entrever sus convicciones reales. Acusan a diestro y siniestro de condescendencia con el islam, recuperan conceptos como la noción de Eurabia, la supuesta islamización rampante de Europa, la amenaza de desaparición de la civilización occidental y de la democracia y otras barbaridades varias. Piden mano dura, blindaje de fronteras, expulsiones masivas, la criminalización de las mezquitas y de sus imanes… intolerancia religiosa al fin y al cabo. Es el momento de demandar calma y responsabilidad a nuestros dirigentes para no alentar una escalada de tensión sin límites. Los asesinos de los periodistas son franceses de nacionalidad y nacimiento, no terroristas recién llegados a Francia camuflados entre inmigrantes ilegales. Esas medidas propuestas no servirían para atajar hechos como los acontecidos ayer.

El problema deriva de la falta de asunción de los valores universales sobre los que, al menos sobre el papel, se sustenta la V República, al menos para una parte de la población del país. Esta —sustancial— minoría francesa pone por encima de los principios republicanos su particular y excluyente visión de la religión. Si se analizan las portadas de Charlie Hebdo u otras viñetas de la discordia, puede observarse que, no sólo no son irrespetuosas con el Islam, sino todo lo contrario, reflejan la posición mayoritaria del mundo musulmán: que los takfiries fundamentalistas avergüenzan a una religión de paz y avergonzarían incluso a Mahoma, aunque digan actuar en su nombre. Otra cuestión diferente es que pueda molestar el que se ilustre la figura del profeta en un dibujo, aunque no exista ningún verso en el Corán que prohiba este tipo de representaciones, pero nadie en su sano juicio cogería un AK47 por ese motivo.

En todo caso, el que jóvenes franceses adopten este tipo de actitudes reflejan un fracaso, el fracaso de un sistema educativo, quizá el de unos servicios sociales o de un propio estado de bienestar que no cesa de menguar. Como en Oriente Medio, los reclutas de los grupos terroristas salen de barrios marginales, de gente sin estudios, condenada al paro y la exclusión social, mientras en su alrededor se puede vivir en la más pura opulencia. En este caldo de cultivo, florece el radicalismo, que ofrece un sentido a una vida vacía y a veces hasta un modus vivendi, porque los sueldos que se pagan a los mercenarios en Siria, en Libia o en Irak no son baladíes.

Y sí, hay que mencionar de nuevo a las malhadadas primaveras árabes de la OTAN, los dos asesinos parece que se formaron en la guerra contra Siria, una guerra que hubiera acabado hace años sin el apoyo de países como Francia (y EEUU, Qatar, Turquía, Reino Unido…). No se trata de autoflagelación, pero hay que situar cada cosa en su sitio. Sin la intervención extranjera en Siria, no existiría el Estado Islámico, tal y como reconoció explícitamente Hillary Clinton hace pocos meses.

Es cierto que hay un problema de marginalidad en muchos estados y urbes europeas, pero rebajar la calidad de nuestra democracia no es la solución, tampoco el endurecimiento de las medidas punitivas, eso sí que sería darle la victoria al integrismo. No se puede seguir disminuyendo la protección social ni el tamaño del estado, ya que eso sólo perjudica a los más necesitados y a la función igualadora de oportunidades que tiene que profesar el estado como una de sus principales funciones. Y por supuesto, para evitar en el futuro situaciones similares, es necesario también cesar en los empeños de derribar gobiernos ajenos y dejar de instrumentalizar al yihadismo como fuerzas de choque mercenarias al servicio de los intereses de occidente. Esas guerras bastardas son los campos de entrenamiento para los takfiríes y proporcionan el soporte religioso fanático que perdura más allá de esos conflictos regionales para los que fueron programados.

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