Monte de la Torre

Las alas del tiempo

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Oh, tiempo, ¡que inmenso y grande eres!
¡Cuán infinito y etéreo es tu existir!
Tus alas son muy largas o muy cortas,
según y acorde a los pasos de nuestra vida.
Cuando emprendemos viaje contigo, tiempo,
primero, con el billete grandioso de la infancia
y luego, al pasar a ese bello departamento de la juventud,
en uno y otro, queremos que aceleres tu marcha,
que transcurran los años con alear rápido
porque entonces, el horizonte del final del existir,
aunque sabemos que está, lo vemos muy lejano;
pensamos, en pueril falacea, que no llegará;
pero, alas del tiempo, cuando el peso de los años
aminora nuestra marcha,
al no remontar vuelo o hacerlo a ras de suelo,
entonces, al comprender que tus alas
ya no son aquellas de otras etapas de la vida,
nos entristecemos y, bien comprendemos
que nuestros pies ya no tienen ligereza,
no van coordinados con el alear tuyo, tiempo,
que, cual terrible e indómito Pegaso,
ya de ti nos caemos y, tú, a velocidad de vértigo,
no oyes ni escuchas nuestras voces
que gritando te ruegan:
-“Por favor, tiempo, no huyas,
espéranos, queremos seguir contigo
y no pasar al espacio intemporal”
No tienes plumas y si, suma de días y días,
que, ingrávidos hacen que, como trilogía de misterios,
se te conozca cómo pasado, presente
y futuro, este, por cierto, incierto, como caja de sorpresa,
que, al abrirla, tus alas nos pueden, sin pretenderlo, golpear
derribándonos de tu cabalgadura, corcel de huella imborrable,
o hacernos seguir creyendo
que llegaremos a tener el regalo imposible
de detenerte y hacerte nuestro, pero tú, eres libre
y seguirás volando en tanto, nosotros nos ahogamos
en las bridas que incautamente quisimos creer colocarte
para decir: “Dominamos al indominable, al tiempo.

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