Las lágrimas de Sandra, por Antonio Girol

Antonio Girol, es director de www.badajoztaurina.com, también es articulista en 'HOY' y director de toros en Cope-Badajoz.


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Aún recuerdo, como si fuese ayer, aquellas lágrimas de Sandra, tímidas, como si no quisieran brotar del todo para así evitar restar protagonismo al homenajeado, su marido, el torero Adrián Gómez. Cierro los ojos y la veo, con su chaqueta oscura, su pelo rubio, apretando sus labios para contener el llanto que nacía de su pecho, a la vez que acariciaba la cara de su esposo, postrado en una silla de ruedas, para infundirle sosiego y templar sus nervios. Sé bien, que aquel llanto silencioso inundó de congoja a los millares de espectadores que, una mañana de primeros de marzo, volvimos nuestros ojos, humedecidos por la emoción, hasta la carabanchelera plaza de Vistalegre para rendir tributo a un hombre herido. Esas lágrimas someras enlazaron gargantas, por los cuatro puntos cardinales, formando nudos gordianos.

Sin atisbar el menor deseo de ser protagonista acabo siéndolo desde la atalaya de su discreción. Esa misma en la que se ha mantenido todo este tiempo, en el que para ella quedarán las noches en vela, los momentos de angustia, las palabras de ánimo que habrá tenido que pronunciar sin tener ni siquiera ánimos para ello… Ahora le queda el silencio, el recuerdo, y el consuelo de ese pequeño Adrián que a buen seguro sueña, como escribiese Lorca, verónicas de alhelí, cuando las estrellas clavan garapullos de plata en el embozo de su cama.

El martes, la buena de Sandra, volvía a ser protagonista donde menos le hubiese gustado, en ese marmóreo edificio que huele a crisantemos y cera. A donde hay que ir a despedir a los que nunca debieron irse, al menos no a los que, llenos de vida y sueños, acuden a una plaza de pueblo a ganarse los garbanzos entre palmas de lugareños en fiestas, y vuelven con el talle roto para siempre.

Ojalá aquellas lágrimas de marzo, y las de hoy de noviembre, sean las últimas que veamos en los ojos de una esposa que aguarda la llamada de un móvil en su casa, sin más pretensión que el orgullo que supone ser la mujer de un torero.

Para ti, querida Sandra, van estas humildes palabras.

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