NOVENA PROVINCIA

Las mentiras sobre la igualdad

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Digámoslo claro y ahorrémonos la vergüenza de tanta hipócrita. No todos somos iguales porque dependemos del azar de donde nos nacen. Porque no nacemos, sino que nos nacen. Sin que importe nuestra opinión en absoluto, sin que cuente el azaroso lugar de la Tierra en nuestro currículum ansioso de méritos.

No tiene ningún mérito que nos nazcan aquí o allá, así que a otra parte con el cuento de que sentimos tal cosa o tal otra con la sangre y con los tuétanos porque somos tan de aquí, o tan de allí. Y en este sentido, cuesta mucho entender que el ser humano valga lo mismo en todas partes, comprender toda esa lección de igualdad de la que venimos examinándonos desde pequeños cuando cada día mueren alrededor de doscientas personas entre Ucrania y Rusia. No entraré en distinguir para insistir en esa igualdad de los seres humanos en la que cuesta creer, pero quiero creer. Doscientas personas que mueren a diario solamente en esa latitud del mundo, anónimamente, sin dignidad, sin gloria, sin nombre, sin razón, sin lógica. Solo porque forman parte de una guerra sobre la que nadie nunca, antes de que murieran, les preguntó nada. Ahora son nada. Y nada va a quedar de ellos. Nada. Por eso cuesta creer que seamos iguales, por mucho que queramos creerlo con todas nuestras fuerzas. Gente convertida en nada mientras no pasa nada porque eso ocurra todos los días.

Son nadies, ni siquiera con “don”, que es la fórmula que usamos en esta parte de Occidente para llamar a esos pobres diablos que se creen alguien pero que no lo son. Ese es un don nadie, decimos… En esta guerra interminable a la que nos referimos, sin embargo, no es que sean don nadies los que mueren, sino nadies a secas. Nadies rotundos, definitivos, irremediables. Nadies que concuerdan con nada. Es curioso un pronombre (indefinido, más que nunca) que en realidad no sustituye a un nombre porque está hecho de nada, de vacío, un pronombre vano, metafórico, de pura cáscara conceptual porque detrás de su propia palabra como una fina capa de logos no hay ninguna sustancia. Ayer desaparecieron doscientos y hoy les toca a otros doscientos, pero los únicos que aparecen en los informativos son los dirigentes, hablando de paz, de conquista, de sueños, de derechos, de vida. El papel lo aguanta todo. Pero la vida siempre va por barrios.

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