PLAZA DE LA IGLESIA

Lo siento, ya no podemos hacer nada

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Se llama Susana, la primera persona trans arrepentida que reclama a la sanidad pública por  haberla operado y de “haber arruinado su vida”. Le extirparon los pechos, el útero y recibió una avalancha de hormonas masculinas, sin supervisión psicológica previa. Los especialistas tampoco detectaron su autismo. Su madre se pregunta: “¿cómo se arregla esto ahora?” La respuesta es fácil. No tiene arreglo. No hay vuelta atrás. Bienvenidos a la dura realidad de esta ingeniería social.

Otro caso es el de Amelia. También nos cuenta su experiencia. Le dijeron sin anestesia y prácticamente sin conocerla: “eres un chico en un cuerpo de chica”. Dando por bueno de que era una persona trans. Gracias a su madurez, a su capacidad reflexiva o gracias a Dios, como ustedes quieran llamarlo. Amelia no llegó a hormonarse y no se sometió a operación alguna. Hoy nos cuenta con alegría y con dureza a la vez, el calvario que tuvo  que vivir a nivel personal, en su interior, pero también la persecución social cuando quiso poner freno a su proceso de transición.

El gobierno ha sacado adelante la nueva Ley Trans. Recoge que, a partir de los 12 años, una persona puede realizar el cambio de sexo, en tramos de edades. A partir de los 16 años lo puede hacer de manera autónoma, sin requisito alguno. La máxima, desde los doce años, “la madurez”. Pero ¿alguien en su sano juicio puede considerar que un niño o una niña con apenas 12 años tiene la madurez suficiente y está en condiciones de decidir sobre la mutilación irreversible de su cuerpo?  Reino Unido y Finlandia han comenzado a dar marcha atrás por las gravísimas  consecuencias que está teniendo este procedimiento biológico sin retorno.  Si nos miramos en otros países, tomando ejemplo para otras cosas ¿por qué no lo hacemos con esta cuestión?

A pesar de la inmadurez, estamos desviando a los adolescentes a empezar un proceso de transición y hormonación. Un proceso acelerado, sin tiempo para pensarlo. Creo que, como sociedad, tenemos que reaccionar ante este despropósito. No porque lo diga yo, que no soy nada, sino porque lo demandan las mismas víctimas y sus familias.

Como sociedad, hagamos un llamamiento a pensar antes de tomar una decisión que puede ser irreversible, a no castigar el cuerpo de esta manera, a una espera atenta en la pubertad, sin prisas, poniendo todo encima de la mesa, apartando la opinión pública. Ayuden a su hijo a una comprensión de su cuerpo, de su sexualidad, de su identidad, con paciencia, con ayuda, con una escucha atenta. No hagan oídos sordos pero tampoco se apresuren. Las prisas son malas consejeras. A veces creemos que, apresurándonos, estamos ayudándoles, más bien lo contrario.

Queridos amigos, alguien tendrá que responder, en su momento, de esta barbarie, de esta ingeniería social. Vivimos en una sociedad que arrasa la razón y consigue hundir en el fango del debate intelectual para dar paso a la pantomima sentimentaloide que conquista, a través de los corazones, nuestras mentes adormecidas. La muerte de la razón está permitiendo que unos “ingenieros sociales” determinen qué es lo correcto, qué se acepta como bueno y qué camino debemos seguir. Vivimos en una época donde la verdad del ser humano no importa, importa lo que la gente piense que es verdad. Así nos va.

Decía Chesterton: “Una sociedad está en decadencia cuando el sentido común se vuelve poco común”. Un abrazo a todos. Ánimo y adelante.

 

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