Entrar en la pastelería La Plata siempre es un acontecimiento emocionante

Los Barrios seduce con La Plata

Ya sabes bien lo que vas a encontrar. Y sabes que te va a gustar. Nada más pasar el escalón de entrada, el sentido de la vista se pone en alerta agradable ante las formas, texturas y colores que te muestran las estanterías y los expositores repletos de dulces propuestas. Para ese momento, el olfato ya se ha dejado vencer por las fragancias que desde la sala del obrador inunda el despacho, todo el edificio y parte del entorno de aromas inconfundibles y evocadores.

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Ya sabes bien lo que vas a encontrar. Y sabes que te va a gustar. Nada más pasar el escalón de entrada, el sentido de la vista se pone en alerta agradable ante las formas, texturas y colores que te muestran las estanterías y los expositores repletos de dulces propuestas. Para ese momento, el olfato ya se ha dejado vencer por las fragancias que desde la sala del obrador inunda el despacho, todo el edificio y parte del entorno de aromas inconfundibles y evocadores.

Sí, entrar en la pastelería La Plata siempre es un acontecimiento emocionante. Y lo lleva siendo desde que Juan Domínguez fundara la pastelería, allá en 1950. Que cómo nos indica Ángel, su hijo y digno sucesor, tuvo la brillante intuición de ubicarla en la calle La Plata, donde ha tenido dos ubicaciones más hasta llegar a la actual.

Juan Domínguez Gómez nació en Los Barrios en 1906, donde fue nombrado Hijo Predilecto en 1995 por el Excelentísimo Ayuntamiento de Los Barrios. Tuvo distintas dedicaciones hasta llegar a aventurarse de lleno a la que ya era su vocación: la pastelería. Ya había tenido ciertos contactos y experiencias en trabajos afines en panadería del pueblo, como heladero y otras, pero su curiosidad y afán de aprendizaje le empujaban a otros horizontes.

De lo que aprendió de sus tempranas experiencias, de los que supo buscar y encontrar en los boletines de repostería de La Confitería Española, de lo que acertó a ver en los reposteros ocasionales que trabajaron en la antigua Posada de Los Barrios o en libros que atinó a encontrar en aquellos duros y escasos tiempos de postguerra, Juan Domínguez supo encontrar su propio estilo y atreverse a darle forma a una empresa que ahora está a punto de cumplir los setenta años en plena forma.

Casi siete décadas de progresos trabajados y nunca fáciles. De aquel primer horno de leña de jara, al horno actual eléctrico modular, pasando por hornos de ladrillo y leña; del pequeño despacho inicial a la moderna pastelería actual; de las primeras ofertas en base a mantecados y bizcotelas a las varias decenas de diferentes pastelillos y una oferta de tartas de combinaciones innumerables de hoy en día; del trabajo personal y familiar a la sólida empresa con trece trabajadores de gran profesionalidad, a los que se suma la familia heredera de la tradición, con Ángel, hijo de Juan Domínguez, y su esposa Matilde a la cabeza, y la nueva generación que llega, Estefanía, Alejandro y MariÁngeles, nietos del fundador.

Progresos sí, pero con una base muy clara ya bien arraigada por Juan y continuada por Ángel y Matilde y su equipo: ofrecer un producto de calidad, con base en los productos naturales, una elaboración artesanal y esmerada, y con mucho cariño y voluntad por hacer las cosas bien y tener siempre presente a los clientes. Desde luego, es la mejor receta legada por Juan Domínguez.

Ángel refiere cómo desde el primer momento La Plata ha estado abierta a conciliar la tradición con la creatividad, incluso con una imaginación divertida. Recuerda cómo su padre ya en los comienzos preparaba las tortas de aceite al modo que ya se hacía en la panadería Espinosa, a la que le supo incorporar una masa transformada, abriendo la puerta a lo que sería la principal clave de su trabajo y de su buen hacer:  innovar sobre lo tradicional.

Le viene a la mente a Ángel aquellos momentos de niño y de joven ayudando a su padre a hacer la carne de membrillo y el cabello de ángel. Y recuerda también el celo de su padre porque no hubiera en los obradores olores fuertes, por la limpieza y por la materia prima de primera calidad.

Recuerda las dificultades para encontrar esas materias primas. Lo que su padre le contaba de “los tiempos del racionamiento”, de la harina que llegaba desde Gibraltar…  Se acuerda Ángel de la canela de Ceilán en rama y cómo la molían hasta convertirla en la tan preciada canela en polvo, tan importante en sus pasteles y tartas. Y así, un sinfín de anécdotas y lances superados con sacrificio y esfuerzo. Como bien apunta Matilde “el éxito no se regala, ni se puede uno dormir en los laureles”.

Y estos son los pilares para que La Plata, a punto de cumplir sus primeros 70 años, luzca más joven que nunca. La familia y empresa ha demostrado una gran capacidad de incorporar cambios a la vez que reafirmar su propia identidad.

Y así los pasteles de La Plata nos han acompañado estas siete décadas marcando nuestros propios calendarios y nuestras vidas, estando presente en nuestro cotidiano y en nuestros días más especiales. Bodas, bautizos, comuniones, cumpleaños, santoral, Día de Reyes, fiestas de bienvenida, fiestas de despedida, …, cualquiera de nuestras celebraciones, de nuestros encuentros, incluso de nuestras soledades, se han convertido en un mejor momento gracias a los pasteles o tartas de La Plata.

Se han convertido en prescriptores del gusto dulce de nuestro municipio y fuera de él, afianzando sus creaciones como verdadero producto social y fomentando y arraigando una cultura del pastel que forman ya parte de nuestro más preciado patrimonio.

No en vano La Plata ha recibido en este año de 2019 la Medalla de Oro de la Villa y recibió la Bandera de Andalucía en 2010, otorgada por la Junta de Andalucía.

Indudablemente, el pastel de La Plata se ha convertido en uno de nuestros mejores embajadores, refuerza nuestra identidad de pueblo amable y acogedor, con esa imagen de bienvenida que desde siempre ha hecho gala. Es un embajador muy acorde a lo que somos y cómo somos.

Para terminar, Brillat-Savarin, polifacético intelectual francés nacido en 1755, escribió una excepcional obra, “Fisiología del gusto”, la que se considera el primer tratado de gastronomía. En sus primeras páginas regala su famosa serie de veinte aforismos sobre el tema. El último de ellos nos recuerda que “Convidar a alguien equivale a encargarse de su felicidad en tanto esté con nosotros”. No tenemos dudas, ofrecer pasteles de La Plata es cumplir de forma sobresaliente con tan ejemplar consigna.

 

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