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Los revolucionarios efectos del coronavirus

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Las autoridades responsables de enfrentar la crisis del coronavirus insisten en que tenemos ante nosotros un parón económico de duración incierta, que puede ser cifrado entre 3 y 6 meses y que, luego, la economía seguirá el curso que traía antes de la pandemia. Solo es un paréntesis —afirman alegremente nuestros gobiernos. Pero todo indica que se trata de únicamente de insuflar ánimos para una improbable y rápida remontada. Hay que ser conscientes de que, en adelante, nada va a ser igual. Lo que vendrá es una incógnita, no tenemos una bola de cristal con la que poder adivinar el futuro. Sin embargo, sí que pueden analizarse qué fuerzas se van a enfrentar en los próximos años para definir el venidero escenario político, económico y geopolítico mundial; o intentar comprender las tendencias generales que van a verse alteradas por la brutal capacidad de contagio del COVID-19.

Se están implementando dos diferentes modelos de superación de la crisis, la de aquellos países que pretenden salvaguardar la economía pase lo que pase y los de aquellos que están poniendo a la población por encima de cualquier otra derivada. Luego, entre medias, hay una amplia gama de situaciones que apuestan por fórmulas mixtas o más o menos escoradas hacia cada extremo. Lo normal, lo que incluye a nuestro gobierno, es que se pretenda salvar a la población sin dañar demasiado a la economía y que solo cuando se demuestra que la situación humanitaria no mejora, se siguen añadiendo nuevas medidas que, seguramente, se deberían haber puesto en marcha mucho antes. Esa es la dinámica más frecuente en occidente. En el vértice opuesto tenemos a Estados Unidos, cuyos dirigentes temen la pérdida de influencia mundial si se ocupan de la población como debieran, e incluso abogan por la inmolación de sus ancianos para que la máquina económica norteamericana no cese. El propio presidente no para de gritar a los cuatro vientos que el remedio puede ser peor que la enfermedad y que su país no puede seguir cerrado más tiempo. Afortunadamente, muchos estados obviaron las recomendaciones de su presidente y sí decretaron confinamientos y el cierre de la actividad económica no esencial para evitar contagios al margen de la errática política federal, aunque, a pesar de todo, Estados Unidos ya es el epicentro de la pandemia a nivel mundial.

Las pocas veces que nuestros políticos se han dedicado a lanzar proyecciones del futuro a medio plazo nos hemos encontrado con dos tipos de discursos. Los que pretenden preparar al estado para enfrentar luchas similares a la que ahora libramos y los que pretenden dejar al mercado que dirija nuestro destino a pesar de catástrofes naturales como esta pandemia. Los primeros apuntan a la mejora de los sistemas sanitarios, algo que incluso el FMI demanda a España tras años sucesivos de recortes y privatizaciones realizados a derecha e izquierda y de norte a sur, aunque con distintas intensidades y modelos. Los especialistas piden reformas profundas no centradas tanto en el paciente sino en la sociedad en su conjunto, implicando los sistemas ambulatorios de proximidad e incluso visitas a domicilio para tratar epidemias, evitando colapsos y contagios por traslados masivos a hospitales. También se ha mencionado, en el caso de nuestro país, profundizar en la aplicación de la Ley de la Dependencia para proteger a nuestros mayores, ya que la ley se aplica cuando hay presupuestos o voluntad política para hacerlo y eso deja en la estacada a centenares de miles de personas que jamás recibirán la prestación a la que tienen derecho y sin remunerarse a la mayoría de los cuidadores y cuidadoras de personas dependientes. En definitiva, más estado, más cosa pública. Por contra, lo que llaman el centro derecha patrio nos advierte que viene la generalización de la uberización de la economía, la robótica, el teletrabajo, la desaparición del dinero físico… o sea, la eliminación estructural de centenares de miles o millones de puestos de trabajo que jamás van a ser reemplazados, simplemente porque no va a haber cómo.

Veremos qué sucede finalmente y si avanzamos hacia modelos más estatalistas o a sistemas aún más liberales y globalizados. Sin embargo, una cosa ha quedado clara. Es fundamental para un gobierno tener el control de todos los servicios básicos, ya que el mercado por sí mismo, no puede satisfacer las necesidades de la ciudadanía en tiempos de crisis, máxime cuando se ha producido un fuerte proceso de deslocalización de la capacidad productiva fuera de las fronteras de los estados. Si hoy no disponemos de mascarillas, de medicinas, de respiradores… porque se producen fuera de España y otros estados los acaparan para sí, eso es algo que no es admisible como país. Pero podríamos estar diciendo lo mismo de productos de alimentación para enfrentar una hambruna local, cuando hemos desmantelado nuestra agricultura en aras de una reorganización de una Unión Europea que ahora muestra su cara más insolidaria, individualista e ineficaz. Por otra parte, si el agua o la energía y su distribución se mantuviesen en manos estatales, sería posible arbitrar medidas de protección de la ciudadanía en tiempos de crisis, como ha sucedido en otros países que no han privatizado todo lo privatizable, como hicieron aquí tanto el PSOE como el PP, principalmente durante los años 80 y 90 del siglo pasado. Que hoy gobiernos de derecha como los de Alemania, Francia o EEUU hablen de nacionalizaciones o de compra de acciones de sus empresas más señeras, nos hace pensar que el virus, más que patógeno, tenga un componente alucinógeno, máxime cuando las ayudas a la empresa privada eran hace días un verdadero anatema contra la ortodoxia europea.

Precisamente la UE se enfrenta a un reto existencia de enorme magnitud. Si, finalmente triunfan las tesis de Alemania, Holanda y Austria y obligan a los países más afectados a acudir al fondo de rescate europeo —lo que equivale a más austericidio— en vez de buscar la manera de enfrentar juntos este desastre natural, como la mutualización de alguna emisión de deuda especial para esta catástrofe, los coronabonos, su futuro va a verse seriamente comprometido. Ya tenemos la nefasta experiencia de 2008 y su inacción completa hasta 2012 y habría que esperar que no repitiesen el error. Si a ello unimos la negativa a proporcionar asistencia a Italia y España de países como Alemania o Francia, prohibiendo la venta de material de protección privado a los países más afectados, se va conformando un peligroso cóctel que va a provocar un repunte peligroso del euroescepticismo. No sé de qué se extraña Macron cuando dice que en Italia solo se habla de la ayuda rusa. Esas cosas calan en lo más profundo de las personas y dejan un poso duradero. Nadie olvidará lo que China, Rusia o Cuba han hecho por ellos en el momento que más lo necesitaban y cuando sus más cercanos socios y aliados les dieron la espalda.

Es indudable que China va a salir especialmente fortalecida de la pandemia. No solo por haberla vencido en un tiempo relativamente corto, sino por el músculo de estado que ha exhibido ante el mundo, por la imagen que ha proyectado de un país solidario y, sobre todo, porque se convirtió en su día, con la complicidad del empresariado y de los mercados occidentales, en la fábrica del mundo. La inmensa mayoría de las medicinas que se consumen en EEUU son de China, las mascarillas que, al fin, nos están llegando a los españoles y españolas vienen de China, también los respiradores, los Equipos de Protección Individual, los tests de contagio… nada que no supiéramos ya desde hace mucho, demasiado tiempo. Es más, la economía planificada y sus estrategias a corto y largo plazo, perfectamente ejecutadas, van a permitir a Pekín salir del trance relativamente indemne, no como va a suceder en Europa o en Estados Unidos, que seguramente van a enfrentar una recesión de enorme y duro alcance, encadenada con otra de la que apenas conseguimos hemos logrado sobreponernos a día de hoy, tras 12 años de recortes y austeridad que, entre otras cosas, han degradado enormemente a nuestro sistema sanitario hasta hacerlo incapaz de enfrentar eficazmente al coronavirus.

Y eso es lo que más teme Estados Unidos. Su decadente imperio, solo ya sostenido por el poderío militar y por la posesión de las imprentas de billetes verdes, va a tener que ceder el trono planetario si frena la economía durante un trimestre o más. Sobre todo, mientras China acelera su producción para suplir el vacío occidental y despega en solitario con toda la maquinaria industrial puesta a punto, cuando medio mundo parece deseoso de acceder a sus productos, y hasta rivalizan entre ellos para poder ser servidos con rapidez.

Su punto débil es la capacidad militar, sin embargo, las armas más poderosas, como los portaaviones, ya están en construcción y a la espera de entrar en servicio en los próximos años. El mayor plan de infraestructuras del mundo, la Ruta y Cinturón de la Seda 2.0, está en marcha y los instrumentos financieros puestos a su servicio compiten con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Mientras China ejerce su poder, desplegando influencia a través del desarrollo de infraestructuras a cambio la explotación de recursos naturales, EEUU lidera golpes de estado y guerras coloniales para directamente robarlos con el apoyo de un ejército imperial desplegado en los cinco continentes en forma de 800 bases militares y bombardeos, portaaviones y submarinos nucleares moviéndose permanentemente alrededor del mundo.

Pase lo que pase, el coronavirus va a provocar cambios de magnitud telúrica en el planeta, acelerando procesos, desatando otros, tejiendo y deshaciendo alianzas… En nuestro país está en riesgo, ya no solo el modelo económico general, como en el resto de Europa, sino la existencia de la mismísima Casa Real, la preciada herencia del franquismo. Una corona por otra. Pero una cosa es bien segura, mientras Merkel le ha espetado un nein como una casa a todo el sur de Europa, Xi Jinping, Díaz-Canel y Putin se han mostrado en otro registro muy diferente. A ojos del mundo, ya ni el eje del mal es tan malo, ni el eje del bien tan bueno. ¡Hay que ver el poder que tiene un bichito tan pequeño…!

 

 

 

 

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