Me preguntaba un amigo hace unos días que por qué escribo estas reflexiones periódicas. Le contesté que, gracias a ellas, recuperaba la memoria perdida de mis anhelos. ¿Y qué es lo que me enseñan? Me enseñan a estar despierto. En cualquier caso, las escribo para mí. Son reflexiones que me hago a mí mismo, que las plasmo en un papel y las comparto sin mayor aspiración. En cualquier caso, que puedan ayudar a otros a mantenerse despiertos en medio de esta sociedad adormilada.
Invito a pensar, a sentir, a estar, a hacer un alto en el camino, a buscar, a revisar, a observar, no desde la barrera sino desde el ruedo. Invito a confrontar otras opiniones, tan certeras y respetadas como otras. Ofrezco la oportunidad de no quedarnos de brazos cruzados mientras vemos pasar el tiempo sino a que seamos protagonistas de esta historia, en medio de este escenario que nos ha tocado vivir.
Escribo, en última instancia, para “hacerme”. El arte de vivir es hacerse quien uno es. Yo, como todos, tengo el deber de construirme, pero no sin los demás. Nadie se construye sin los demás. Somos seres sociales por naturaleza. Vivimos en sociedad. No se entiende el yo sin un tú.
Probablemente en los otros, en los demás, esté el sentido último de la vida y el destino de toda buena relación, de toda buena gestión, también de todo buen gobierno, político o social. Algunas de mis reflexiones me han ayudado precisamente a eso, a tomar conciencia de que no soy sin los demás. Ellos limpian el aire a mi alrededor y lo hacen más respirable.
Escribo, querido amigo, para seguir buscando la felicidad, ese anhelo tan humano y tan divino que todos llevamos dentro y que, a veces, tanto cuesta conseguir. Siendo en lugar de creyendo ser. Buscando salidas a esos callejones cerrados que a veces la vida nos impone. Por eso escribo, y lo seguiré haciendo, hasta que el reloj del tiempo me diga, “hasta aquí, querido Darío”.
Buen comienzo de curso a todos. Feliz mes de septiembre. Feliz regreso a la cotidianidad. Un abrazo a todos. Ánimo y adelante.
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