Desde mi plaza

Si el mundo fuera ciego

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Vivimos en una sociedad extraña donde la estética viene a ser el pan nuestro de cada día. ¿Qué es la belleza?, ¿realmente es verdad que nos arreglamos para sentirnos bien nosotros mismos? o ¿realmente nos lo imponen?, ¿cómo aceptar el paso de los años?, ¿cómo dejar de dar importancia a algo tan superfluo, relativo y pasajero como la estética? No es nada fácil en esta época en la que los anuncios publicitarios y los medios de comunicación nos empujan a ello.

Es realmente curioso apreciar cómo los mensajes continuos de los medios de comunicación están cambiando los estándares de belleza e influyendo negativamente en la personalidad de las personas. Muchos estudios están revelando cómo los “influencers” y las redes sociales, afectan de forma continua a la autoestima de los niños y niñas. No digamos nada de las aplicaciones sexuales, de los canales de YouTube o de los famosos “likes” en las fotos de Instagram, donde la hipersexualización y la cosificación del ser humano son los criterios de moda.

Una mujer bella es hoy una imagen virtual, una influencer a la que sus seguidores nunca han visto en realidad. Bellos son los cuerpos imposibles o las cirugías varias de aquellas mujeres que buscan “el amor” en esos programas soeces de nuestra televisión española. El niño o la niña con su ortodoncia y sus granitos, propios de la pubertad, son feos y están expuestos a la burla de aquellos primates que están en un mundo virtual paralelo y fuera de la realidad. De hecho, cada vez se ven más jóvenes estandarizados y que quieren parecerse a sus propios selfies atados con filtros. Todo ello, está provocando una desastrosa crisis de identidad, una baja autoestima y una falta de individualidad y personalidad, digno de ser considerado, al menos, por los propios padres. Que la edad media de las operaciones de estética sea los veinticinco años de edad, no es algo accidental. Denota, como mínimo, que algo está pasando.

Decía mi admirado músico y poeta Joaquín Sabina: “serás todo lo guapa que quieras pero dime, si el mundo fuera ciego, ¿a cuánta gente impresionarías?”. No le falta razón a este ubetense con alma de trovador. Y es que el valor de las personas está siempre en su esencia, en lo que realmente la persona es y la define, en aquello que la hace ser una e irrepetible, en lo que la hace valedora y digna de reverencia. En el fondo, vivir de la imagen denota una falta de seguridad en sí mismo y, sobre todo, una gran pobreza interior.

Amigos y amigas, me pregunto y os pregunto, ¿no fomentará la violencia de género esta realidad social? Respondamos con autenticidad y con un espíritu crítico. Un abrazo a todos. Ánimo y adelante.

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