Una bahía de cemento

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Decía Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, “no destruyas lo que no has hecho”, quizás porque el poeta ateniense se hacía sabedor de la naturaleza humana, tremendamente cerril y obstinadamente destructiva. Desde que el hombre se hizo sedentario, desde la revolución neolítica, venimos incumpliendo esa frase lapidaria, entregados a una febril destrucción del mundo conocido, de esa madre Naturaleza de manos divinas, pintadas de luz y tiempo, que nos insufló la vida en la noche de los tiempos.

De esta vorágine consumista, de esta carrera hacia la autodestrucción, no se salva nada a nuestro alrededor. Más allá de nuestras ventanas, en ese azul de historia y vida, el zarpazo de nuestra ignorancia, apodada “progreso”, está destrozando nuestra hermosa Bahía. Esta transformación del litoral se ha agudizado especialmente en los últimos 30 años, en los que la urbanización e industrialización indolente ha propiciado un incipiente deterioro ambiental y ecológico en el arco costero, que nos ha alejado del mar y nos ha llenado los pulmones de mierda.

A la contaminación de las industrias, las ciudades y las actividades agropecuarias, se ha unido un cordón de asfalto y hormigón que han estrangulado el corazón de la gran Bahía de la Terra Incognita. Los navegantes de barcos oculados de antaño no sabrían distinguir hoy la bruma marina de los humos de los barcos, ni reconocerían la franja costera. Las aguas pintadas de hidrocarburos dibujan hoy una Bahía cementada, domeñada, hecha a nuestra histriónica medida, plagada de proyectos banales e instalaciones portuarias que sirven a su muerte anunciada. El macro puerto algecireño, junto con el resto de moles dispersas por la costa, están fagocitando como una ameba el reino de los delfines.

Bajo esas palabras cargadas de cinismos y mentiras, “progreso y competitividad”, nuestra Bahía agoniza. Las últimas previsiones de ampliación del puerto algecireño conllevará la pérdida paulatina, no sólo de las playas de Getares, San García, El Chinarral y El Rinconcillo, sino del resto de calas y playas que posee la Bahía. Ya las reformas actuales se han llevado el grueso de las arenas de las playas, que ahora yacen a cientos de metros de profundidad, en los angostos rincones de los paleocauces que labran nuestros fondos marinos.
Y no sólo podemos hallar obras faraónicas a este lado de la orilla, también frente a nuestros ojos, en el territorio gibraltareño, donde la política de ganarle terreno al mar viene siendo la tónica hace años. En los últimos tiempos Gibraltar ha construido un aeropuerto y una amplia extensión portuaria, a la que se le han unido miles de metros cuadrados ganados al mar, donde se construyen complejos de lujo, proyectos hoteleros y cientos de viviendas. La gran Roca está siendo blindada con cemento en todo su perímetro, donde se están creando playas artificiales con toneladas de arena de las dunas de Valdevaqueros.

Esta cimentación de las orillas marinas está provocando un impacto visual evidente, y una serie de consecuencias negativas en el medio litoral y marino: Alteración de las corrientes y la dinámica litoral, impacto en las desembocaduras de los ríos y la deposición de arena fluvial, acumulación de aguas pútridas y sin depurar en las dársenas, degradación del paisaje, pérdida del frente litoral, desaparición de playas, marismas y sistemas dunares, contaminación en todos los medios y una afectación severa de los fondos, y de la flora y la fauna marina y costera. La imprudente erosión antrópica que sufre el arco de la Bahía no sólo hará desaparecer las playas, sino que propiciará la inundación de muchas zonas costeras y el avance del mar, que viene ganando terreno gracias al calentamiento que favorece el cambio climático.

Recuerdo cuando era niño recorrer la playa sin fin, bañada por unas aguas prístinas donde bullía la vida, mientras las mareas depositaban en la orilla su presente en forma de millones de caracolas y conchas. Lejos queda aquella estampa del puerto pesquero algecireño, sin verticalidades ni cemento; donde las doradas aguas servían de remanso y lugar de freza a miles de peces voladores. Ya nada queda con vida de aquello, donde los peces se arremolinaban y los niños se bañaban, sólo quedan grúas de hierro y hormigón armado. La codicia del progreso se ha cebado con el mar y la franja costera. Los herbazales costeros, donde cogíamos eslizones y flores, han desaparecido para siempre, y en su lugar hemos cedido el paso al reino de los humos, los ladrillos y el asfalto. La urbanización costera sepultó las existencias frágiles y enmudeció el canto de los grillos, y de aquellos grandes charcones, en los que nadaban incontables tortugas leprosas y culebras de agua, ya nada queda; hemos arrasado con todo, lo hemos cambiado por una escombrera, por un vertedero, por un callejón sin salida.

El abuso, la destrucción, la falta de planificación, los daños irreparables al medio ambiente y las especies de plantas y animales, la galopante contaminación y las macro estructuras con sus mega problemas terminarán pasando factura. Seguimos avanzando hacia el abismo, mientras olvidamos de nuevo al sabio Solón: “No destruyas lo que no has hecho”.

Piensa globalmente, actúa localmente”.
David Brower

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