Fotografías: Javier Bernal Revert & Quentin Pardillos.
[Foto Galería] El extinto oficio del carboneo
La práctica del carboneo se llevaba a cabo en los llamados “ranchos de carbón” (explotación de terrenos forestales en los que se fabricaban varios hornos de carbón simultáneamente). En cada rancho, según el número de hornos, podían trabajar entre 6 y 12 carboneros.
Antonio Calvente Guerrero y Bartolomé Herrera Calvente son dos antiguos carboneros que trabajaron en el oficio del carbón desde muy niños. Conocedores del valor etnográfico que dicho trabajo arraigaba en nuestro municipio hasta mediados del siglo XX, han querido revivir y dar luz a este ancestral oficio con la construcción de un horno de carbón de la época.
Consiste en un laborioso y complejo proceso que se inicia con el acopio de leña. Se entresacan y podan árboles y ramas, principalmente de acebuche, chaparro, cepas de brezo o quejigo (hasta el año 1964, momento de aparición de la motosierra en nuestro municipio, esta práctica se realizaba con serrote). Posteriormente se forma una base circular (el “alfanje”), en la que se “arma” de forma muy estructurada la leña. Dicha estructura, que forma un montículo semiesférico, se recubre con una capa intermedia de matorral (la“chasca”), principalmente de brezo, helecho o lentisco. Finalmente se “aterra” con una capa externa de tierra recogida en el lugar.
El horno, a ras de suelo, tiene 4 respiraderos de piedra (“caños”). En el caño delantero (la “encendija”), se prende fuego al horno. Estos respiraderos junto a los “buyones y espoletas” (pequeños orificios que se abren en la estructura del horno) permiten el paso del aire al interior. El carbonero controla y guía la cocción de la madera abriendo o cerrando los caños, buyones y espoletas.
En el interior del horno la leña se va carbonizando en una combustión muy lenta casi sin oxígeno. El proceso de cocción varía en función del tamaño del horno, pudiendo alcanzar los 45 días de duración. El carbonero más experimentado era el responsable de la cocción (el “cochuro”). Cada “cochuro” contaba con un ayudante (el “espolique”).
Una vez finalizado el proceso de cocción se tapan todos los orificios provocando el ahogamiento de los fuegos en el interior. Pasados varios días se procede a “refogar” el horno, se quita la tierra y lo que quede de chasca, y se vuelve a cubrir con una capa de polvo generada por la misma tierra durante la cocción. Esta labor facilita el enfriamiento del carbón en el interior. A los 2 o 3 días se extrae el carbón.
Un horno de la época podía generar hasta 1000 arrobas de carbón vegetal (1 arroba equivale a 11,5 kg). El pesaje se realizaba mediante el uso de la “romana” (balanza tradicional).
El carbón era porteado por los “arrieros”, en mulo o burro, hasta los diferentes asentamientos urbanos y rurales de la zona. El carbón era de vital importancia ya que suponía la principal fuente de combustible de los hogares. Se utilizaba básicamente para tareas de cocina y calefacción.
El precio de la arroba de carbón variaba en función de su calidad, los más cotizados eran los de chaparro y acebuche. Al inicio de los años 50 el precio de la arroba rondaba las 2 pesetas, y a finales de la década de los 60 su precio alcanzó las 20 pesetas. En materia salarial, el jornal diario de los carboneros varió desde las 3-4 pesetas más comida de los años 50, hasta las 100 pesetas más comida de finales de los 60.
La riqueza forestal del Parque Natural de los Alcornocales ha servido durante siglos para generar carbón vegetal suficiente tanto para abastecer la demanda interna, como para su exportación hacia otros puntos de la geografía nacional.
La aparición de combustibles fósiles como el gas butano supuso el fin de la actividad del carboneo en nuestros montes.