25 de noviembre: rechazo social a la violencia de género

Violencia de género: un problema de tod@s

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En el presente texto, disertaré brevemente sobre la necesaria implicación de la sociedad, en un problema, como es la violencia de género, que nos concierne a todos y a todas. No solo tenemos que denunciar este tipo de hecho delictivo por obligación legal, sino también por obligación moral; no podemos dejar en desamparo a la víctima y que esta se vea sola en ese duro camino.

Los maltratadores no tienen cabida en una sociedad democrática, plural y avanzada como la nuestra. Y así se lo debemos hacer saber. Y así se lo debemos demostrar.

“Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo”. Elie Wiesel. Nobel de la Paz 1986.

La lucha contra la violencia de género debe de ser siempre una prioridad constante. Y en ese esfuerzo diario por buscar las mejores herramientas que nos ayuden a erradicarla, es necesario poner el foco en la prevención y la detección precoz. Todos y todas sabemos, más o menos, qué es un delito de violencia de género. Y lo sabemos porque desgraciadamente lo vemos con una indeseable frecuencia; ya sea en los medios de comunicación, por el boca a boca, o simplemente porque lo presenciamos nosotros mismos. Para ello, para prevenir y detectar a tiempo, hace falta tener una conciencia de género, una coeducación, una visión amplia que nos ayude a saber qué es una relación de amor, de respeto, de convivencia…y qué es una relación de desigualdad, de dominación, de control, de sumisión. Conocer, por ejemplo, en qué consiste el ciclo de la violencia machista, cuáles son sus señales de alarma y, por supuesto, cual es el origen.

La mayor parte de los casos de violencia de género no se visibilizan. Solo vemos la punta del iceberg: las mujeres agredidas, asesinadas o, en el mejor de los casos, las que denuncian. Pero todas las encuestas coinciden en señalar que la mayoría de las víctimas del maltrato machista nunca denuncian, nunca denunciarán…tienen miedo. Miedo a sentirse solas, miedo económico, miedo a perder sus hijos e hijas… si hablamos de mujeres extranjeras, miedo a que las expulsen del país, y así un largo etc.

Nos encontramos con vecinos y vecinas que no alertan. Con familiares que es el círculo más cercano, que tampoco dan el paso. Muchas veces normalizan la situación, lo ven como algo trivial; o como “no es mi problema, no me meto”.

Pero para una mayor comprensión lectora, qué mejor que remontarme en el pasado, relatándoles una situación real, una actuación vivida en primera persona: fue hace ya varios años. Estaba en mi casa, me disponía a ducharme porque acababa de hacer deporte y repentinamente, oí unas voces que me alertaron. Provenían del parque que anexa con mi vivienda. Me asomé a la ventana, y observé como un joven agredía a su novia. Ella (menor de edad), le espetaba encarecidamente que la dejara, le suplicaba que no le agrediera más. Cogí mi placa, mis grilletes y mi teléfono, marchando decididamente a acabar de una vez por todas con semejante exabrupto. A poner punto y final a esa barbarie. Me dolían los ojos y los oídos, de lo que veía y de lo que escuchaba. Me temblaba el alma. Llegué a su altura, me identifiqué como policía, reduje al agresor (se resistió) y lo detuve. Le leí sus derechos y aparté a la víctima ofreciéndole mi apoyo. Llamé a mis compañeros para que se personaran con un vehículo patrulla y trasladaran al detenido a dependencias policiales y ella pudiera ser atendida por los servicios médicos. Hasta ahí todo muy “normal” (policialmente hablando claro). Y digo normal, porque es lo que la normalidad requiere. Porque debería de serlo. Aunque tristemente no lo es. Por lo que paso a transcribir la anormalidad. Lo que no debería de ser y es. Aquello que llamó poderosamente mi atención, en negativo. En números rojos. Mensaje que es el que ayudará a entender el párrafo que nos ocupa. Al día siguiente, muchos vecinos y vecinas, y digo muchos, porque no fueron pocos, me hablaron del suceso. Todos y todas lo vieron por sus respectivas ventanas, hasta me aseveraron que no era la primera vez que ocurría con esa pareja. Conclusión: todos y todas se convirtieron en meros espectadores. Nadie hizo nada al respecto. Ni siquiera tuvieron la decencia de ayudarme. Ni siquiera gritaron, avisaron, alertaron, ¡algo! Pero lo peor vino el día del juicio. Cuando me encontraba en la antesala esperando a ser llamado para declarar, avisaron a la víctima (recuerden, menor de edad) y la Secretaria Judicial, informó al padre de la misma que entrara con ella y este dijo que prefería no entrar, que se quedaba esperando fuera. Conclusión: su familiar más cercano, la quiso dejar sola. No le apoyó en ese duro camino del que hablamos. Pueden ver entonces, que ni la ciudadanía, ni sus familiares, estuvieron a su lado. Al lado de la víctima. Para mí, bastante más aberrante que la propia agresión. La sociedad me mostró estar paralizada, rota. Sin valores éticos, ni morales…sin honor.

Corramos un tupido velo y continuemos…desgraciadamente, es muy, pero que muy común, que muchas mujeres retiren la denuncia al poco tiempo de haberla puesto, bien por arrepentimiento, bien por miedo. Y si atendemos a mi relato personal, es entendible. Porque desgraciadamente no se les empuja a hacer lo contrario. No se les infla de fuerza sus corazones. También es habitual que una patrulla policial vea la agresión de un hombre a su pareja, vaya a proceder a la detención del agresor y la víctima se interponga defendiendo a su pareja llegando incluso a agredir a los agentes; luego, en el juicio, suelen defender a su pareja y culpar a los policías actuantes. Muchas veces, a pesar de la actitud abstencionista de la víctima (por miedo), se consiguen sentencias condenatorias, precisamente gracias a la colaboración de esos terceros ajenos a la relación.

¿Cómo ayudar a esas miles de mujeres que intuimos sufren violencia? Necesitamos la colaboración de todas, y de todos, desde el ámbito más cercano.

La implicación ciudadana, es el antídoto más eficaz.

La víctima necesita confianza, y es necesario nutrir esa confianza.

A nosotros como policías, esa imprescindible colaboración, nos dota de herramientas que permiten abordar el problema con mayores garantías. La denuncia va a conseguir parar esa espiral de violencia que no cesa.

No hay que tener miedo a interponer una denuncia, las leyes no solo protegen a la víctima, sino también a los testigos de los hechos.

En honor a la verdad, hay que decir, que la sociedad ha cambiado, pero tenemos que esforzarnos aún más, ya que todavía se antoja insuficiente.

Hay que luchar decididamente contra la violencia de género que sufren las mujeres más indefensas. Muchas veces no saben ni que están siendo víctimas de abusos porque lo han asumido como algo normal o están aisladas, sometidas o controladas por su entorno.

Todos y todas, desde nuestros respectivos cometidos personales, familiares o profesionales, debemos comprometernos en esta materia. Tenemos que actuar desde los primeros indicios para ser parte de la solución.

Por todas vosotras…NO estáis solas

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