Mi abuelo materno falleció a temprana edad y la abuela, que con mucho amor le recordaba, pasaba horas inmóvil sentada en su sillita de ruedas contándome a mí, su único nieto, como se conocieron; al hacerlo las emociones eran encontradas pues, se mezclaba la tristeza de no gozar de su compañía con la alegría que le aportaban aquellos inolvidables recuerdos. Así me relataba aquella parte de su bella historia amorosa:-“ Mira, nieto mío, tu abuelo era un afamado bailarín de tango y yo tampoco me quedaba atrás. Ambos frecuentábamos en los años cincuenta del pasado siglo “El Chantecler”. Allí una noche de junio bailamos el primer tango y quedamos enamorados teniendo por testigos de ese amor las encandiladoras voces de Razzano y Gardel. Que bellos aquellos salones, que gran ambiente se vivía en esos locales. Gracias al tango quedamos para siempre uno del otro prendados y pasado poco más de un año contrajimos matrimonio. Nuestros padres nos preguntaron que cuál sería nuestro viaje de novios a lo que respondimos que no necesitábamos salir de Buenos Aires, pues el mejor sitio para pasarlo divinamente y cerca de casa era en la cuadra Paraná, allí estaba “El Chantecler” quien con su música nos trasportaba y llevaba allende los mares. Fuimos muy felices pero, después de nacer tu madre contraje una enfermedad que fue atacando mi movilidad hasta quedar como me ves hoy, en una sillita de ruedas. Grande fue la aflicción de los dos por aquel problema, pero no vayas a creer que esa situación hizo que dejáramos de pasarlo bien en “ El Chantecler”, pues como no vivíamos muy lejos del prestigioso local de diversión él empujaba y conducía mi sillita y, como el portero de esa sala, Ángel Sánchez Carreño, bien conocía nuestra afición al tango, el mismo me ayudaba a entrar al local. Allí tu abuelo bailaba con amigas mías o con alguna otra mujer de ese local. Yo, dada mi inmovilidad disfrutaba con solo verles danzar y escuchando las melodías que tocaba ”El Rey del Compás” en más de una ocasión se acercó a hablar conmigo Jeannette, la dueña de “El Chantecler” y le dijo a Garesio o Gardel que me dedicaran la siguiente actuación por mi amor al tango que ni paralítica impedía que disfrutara del tango y es que, nieto querido, cuando ese baile se mete en nuestros cuerpos no hay quien lo saque”.
Escuchando aquellas emotivas palabras le dije: “Abuela, que lección tan grande nos das. Yo no conocí “El Chantecler”, pero te prometo que en los muchos herederos de esa sala festiva que existen bailaré tangos por vosotros.”
Ella, acercando su silla a una mesita, abrió el cajón de la misma y sacó una foto que besó antes de que me la mostrara diciendo:- “He aquí la fachada de aquel emblemático local “.
Le comento: -“Pues sí que tiene aspecto señorial y grandioso”
A lo que responde:- “Ya puedes imaginar la fastuosidad de lo que podemos llamar el Palacio del Tango”.
Después la guardó con sumos cuidado entre otros papeles diciéndome: “Ya sabes, esta fotografía, representa mucho para mí. Fue el nido sentimental de muchas parejas como la nuestra. Cuando fallezca no quiero que destruyáis esta foto, al contrario, al igual que tenéis enmarcadas las nuestras, esta también merece un sitio importante, pero mientras viva, para cogerla entre mis manos cada vez que me plazca, deseo tenerla aquí entre estas otras cartas y recuerdos”.
Aquel día dejamos en ese punto la conversación. No habría pasado un par de meses y me llama gritando y bastante alterada:-“ ¡Ven, hijo, ven. Nunca pensé que el hombre que más quise mantuviera relación epistolar con otra. ¡No puedo creer que tu abuelo me fuese infiel!”.
Cuando llegué junto a ella mantenía en sus temblorosas y arrugadas manos un sobre que embargada de tristeza me entrega y al dármelo leo el siguiente remite: “Para Quien Fue Mi Gran Amor“.
La abuela a la que nunca oí gritar seguía como posesa diciendo: -“ Encontré esto en el bolsillo de una chaqueta que usaba mucho tu abuelo cuando íbamos a “El Chantecler”. Por favor, abre tú esa carta y léela, hazlo en voz baja, no quiero sufrir más dolor; pues esas palabras ahora me pueden llevar directamente al cementerio”.
Yo, que también estaba compungido por la extraña e inesperada noticia, reconocí la letra de la carta, en verdad que la escribió él de su puño y letra. Abrí el sobre mientras miraba como los ojos de la abuela se llenaban de lágrimas. Cuando tengo ante mi aquella cuartilla le digo:- “Abuela, la voy a leer en voz alta, pues no puedo callar lo que quizá tú debiste saber hace ya muchos años”.
Su silencio me sirvió de autorización y comencé con un nudo en la garganta la lectura que decía así: -“ Amor, mi querido “El Chantecler”, tú bien sabes que entre tus muros , al calor de tu música y con las voces de los artistas que a ti cada noche acudían, me enamoré de la mujer que amaré hasta después de la muerte. Hoy al comienzo de los años sesenta, he quedado sin ti, sin el refugio de soledades y amparo para hacer crecer nuestros sueños de amor. Te han demolido y con tu desaparición se va el símbolo vivo del tango, pero, amor mío, aunque tu pérdida me llena de dolor inmenso, me resigna el comprender que locales de tal categoría nunca desaparecen porque dejan recuerdos muy vivos . Yo moriré pero tú eres inmortal y cuando pueda allí en tu solar, bajo unos cascotes de piedra, dejaré esta mi misiva de amor en agradecimiento a lo mucho que nos has dado. Si falleciera y no cumpliera mi deseo aquí dejo reflejado que quien lea esta epístola de amor platónico haga lo propio y en tu tumba la deje.
Un abrazo de mi persona y de todos los amigos del tango, eternamente agradecidos.
Un bailarín argentino que adora siempre a vuestra persona.”
Cuando terminé la lectura tanto nos embargaba la emoción que nos abrazamos y ella mirando a los cielos exclamó: “!Por qué, por qué, Dios mío, dudé de un hombre tan maravilloso!”.
Me acerqué al gramófono que tenía en una mesa junto a ella y coloqué sobre él un vinilo que empezó a sonar , era el “Yo no sé Llorar” de Do Reyes . La abuela desplazaba su silla en movimiento acompasado a la música y yo me pareció ver en aquel instante aquella joven pareja bailando felices en “El Chantecler” Al acabar el disco le pregunté: -“¿Qué hacemos con la carta?”
A lo que me respondió: – Una copia quedará para mí y el original lo dejaremos donde descansa “El Chantecler” que murió bailando, pues sus pistas ni en el más allá se cerrarán.” Así se hizo y seguro que el alma del abuelo ya se halla feliz bailando tangos solitarios en los cielos hasta que su compañera de siempre abandone esta silla de ruedas y vaya a ser su eterna pareja, pues el verdadero amor, como el tango, nunca muere.
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