NOVENA PROVINCIA

La cutrez de Eurovisión


 

La cutrez de Eurovisión forma parte de su diversión. Se soporta el exceso de purpurina porque al fin y al cabo es como un gran carnaval con música ochentera y, al menos en pantalla, sin alcohol. Pero la guasa tiene también su límite. La gran fiesta de la diversidad y la libertad se preserva bajo la inexistente posición apolítica que dice que abandera.

Es como esa supuesta «objetividad» que se le pide al periodismo. Como decía José Luis López Aranguren, las personas podemos ser inmorales, pero nunca amorales, porque la ausencia de una moral ya es una moral en sí. Con lo de «apolítico» pasa lo mismo. No se puede ser apolítico con el argumento de quedar así al margen de las ideologías, porque el apoliticismo es la de la ideología de que “me importa un carajo el genocidio”.

En el caso de Eurovisión, la ideología es permitir que un Estado que está asesinando a miles de personas ante la pasividad del resto del mundo lave su imagen cantando el lá-lá-lá de turno.

Llama la atención la simpatía europea por Ucrania frente a Rusia y la apatía por Palestina frente a Israel. Lo de Estados Unidos se explica solo, lo de la UE hay que picarlo menudo para poder entenderlo. Resulta, además, extemporáneo el hecho de que incluso los conservadores españoles salgan al paso a defender el exterminio y tortura sistemática sobre un pueblo. Lo decía alguien el otro día pensando en España. Hubiera sido indefendible que cuando existía ETA se hubiera bombardeado Euskadi. Si lo extendemos, sería igual de indefendible que cuando existía el Grapo se hubiera atacado con carros de combate Galicia, o que cuando existía Terra Lliure se hubiera hecho lo mismo con Cataluña.

La supuesta apolítica de Eurovisión es cinismo en estado puro. Pero tampoco es desdeñable la hipocresía de quien sigue en el concurso, como Televisión Española, y quien lo ve, mientras se rasga las vestiduras por los niños y niñas asesinados en Palestina.

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