TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Jandilla, de aceptable presentación, muy nobles, muy flojos y descastados. Tuvieron buen son en su nobles y flojas embestidas el cuarto y el quinto. El tercero se echó en los inicios de faena teniendo que ser apuntillado.
ESPADAS: -Juan Serrano ‘Finito de Córdoba’, de azul marino y oro, silencio y silencio.
-Morante de la Puebla, de tabaco y plata, palmas y una oreja.
-Sebastián Castella, de azul pavo y oro, silencio y palmas.
INCIDENCIAS: Plaza llena.
Francisco Mateos.-
A caballo entre el barroquismo de los ayudados por alto y el clasicismo del derechazo, Morante abrió al toreo las puertas de este otro mundo tan distinto, tan transparente y tan genial. Tan sabiamente construida fue la faena al quinto toro de Jandilla combinando valor, inspiración y sentimiento, que pese a la complejidad de las flojas embestidas logró dar vida a un toreo diestro distinto, por la formas, refinado y elegante que hizo que adquiera cualidades sorpresivas y expectantes.
De la misma manera que entusiasmó con las dos verónicas de saludo, las enormes chicuelinas y la espectacular media, Morante, logró después insuflarle al toreo de derecha profundidad, luminosidad y aguante hasta convertirlo en emotivo. Y así convirtió también los dos únicos trazos al natural en lo que es: en la manifestación más pura del toreo. La belleza que le imprimió a esta personal tauromaquia fue una más de sus muchas virtudes, adornada por el valor de quien se entrega con toda su verdad en cada uno de los muletazos. Por esta razón sus formas se alejan de todo simulacro banal. Un toreo con dimensión, una versión emocionante del pase, lento, fluido, hondo y detallista que, en las dos primeras tandas, supo rematar con el sensacional pase de pecho sin violencia, y que con eminente despaciosidad liquida siempre en el hombro contrario con torero desplante.
Fue faena breve, pero intensa. Se paró el ‘jandilla’ y se quedó Morante sin poder mostrar con la izquierda lo que ya había hecho con la derecha. Una media estocada de efecto rápido puso fin a lo único bueno de la tarde.
Y es que los mansos, descastados e inválidos toros de Jandilla estuvieron a punto de enfadar al público que llenaba la plaza. Y es difícil que la Maestranza se enfade y muestre su cabreo de manera contundente. Hubo conato de enfado gordo tras derrumbarse moribundo en los inicios de faena el tercero de la tarde. Y ahí quedo la cosa. Morante la cambió.
Antes, el sevillano de La Puebla se había mostrado dispuesto y torero con el soso, aunque noble, primero. Morante dibujó el trazo muy despacio y limpio con peculiar estilo, por alto, por bajo y a derecha, porque el trasteo fue sólo diestro, pero lo que hacía no tenía repercusión arriba. Tras la estocada contraria le obligaron a saludar.
Sebastián Castella no ha tenido toros y, claro, no tuvo opción alguna para mostrar las formas que descubrieran su gusto por el riesgo y su talento de torero. El diestro de Beziers sólo tuvo la oportunidad de quitar por chicuelinas ajustadísimas con un emocionante cambio al pitón contrario sobre la marcha y una media de lujo al tercero. Después sólo tuvo tiempo de prologar faena genuflexo, muy despacio, con gusto y empaque. Ya en la vertical el toro no fue, se derrumbó y allí, en los medios, se quedó. El enfado fue de órdago. El rajado sexto le ofreció cuatro embestidas para un posible lucimiento. Quieto y derecho como una vela hizo Castella pasar al ‘jandilla’ por la franela, por alto y por bajo, con la izquierda y por el pecho. Buenísimo el comienzo y decepcionante el final por las características del manso toro. Y no hubo más.
Finito desplegó con capote y muleta, más que toreó, una aplastante sensación de urgencia, fatalidad, crisis… demostrando, a las bravas, que no es su momento, que va a lo que va. Con él se tiene la sensación de estar al borde de lo insoportable. Aunque a veces la belleza de algún que otro trazo produzca una extraña sensación por lo que fue, y lo que es. Mal con el inválido primero y peor con el noble cuarto, que iba y venía con extraordinario son, desaprovechando las más claras embestidas de los muy nobles, flojos y descastados toros de Borja Domecq mientras se perdía en la banalidad de su toreo. Un desastre.