Mira a la despensa y contempla satisfecho las cinco garrafas de aceite de girasol que compró por si acaso. Por si acaso, se dice él mismo, y se va a la cama, en silencio, mientras, en Ucrania y Gaza, hay millones de personas como los girasoles ciegos.
El contraste de ambas estampas repugna, precisamente porque no requieren imaginación. Y no se trata de un tipo (o tipa), sino de muchos tipos o tipas, al igual que esos millones de personas que ya han huido de Ucrania hacia la oscuridad de un exilio sin rumbo. Quienes no han conseguido salir del país aún, y quienes no lo conseguirán jamás, son girasoles más ciegos aún, de esos que van a morir sin encontrarle la cara al sol… a luz que se les niega porque la vida, simplemente, no es justa.
A este lado del infierno, me imagino a esa gente, en plural, que ha contribuido a desabastecer los supermercados que ha tenido a mano. Me la imagino llenando el carro con cuatro, cinco, diez garrafas de aceite de girasol pensando que es muy prudente, muy precavida, más lista de la cuenta.
No había peligro alguno de desabastecimiento, pero demasiada gente se está encargando de que lo haya por su propia insolidaridad tenebrosa. Gente muriendo porque las matan en Ucrania y en Gaza frente a gente matándose por una garrafita de aceite… Y el mundo gira.
Si esta gente no piensa en el vecino, en el paisano, en ese otro cliente que solo conoce de vista y que se encuentra la estantería vacía, ¿Cómo va a pensar en un ucraniano o en un palestino, es decir, en un ser humano de un país que, probablemente hasta hace unos meses, no sabía ni que existían? Me acuerdo de aquella reflexión de San Juan: “¿Cómo puedes decir que amas a Dios, a quien no ves, si no amas a tu hermano, que está a tu lado?”.
Dios nos libre de esa gente tan inteligente que, por si acaso, siempre piensa generosamente en su propio futuro por encima del futuro de cualquiera, aunque esté a su lado, incluso en el propio supermercado probablemente para comprar lo mismo, aunque de una manera mucho más racional.
Que hubieran llegado antes, dirá esta gente a la que nos referimos para sí misma. Si no me lo llevo yo, se lo llevará otro. El que no corre, vuela. Frases así. Verdaderas joyas de gente cuya ciega y absurda avaricia quedó mucho mejor retratada cuando el delirio del papel higiénico. Al fin y al cabo, este papel sirve para lo que sirve.
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