Las primeras viviendas de la nueva población de Los Barrios tras la pérdida de Gibraltar (1704) fueron chozas, casarones y alguna casa de tejas. Pero con anterioridad a esa fecha ya existían varias de ellas, que niegan el supuesto vacío poblacional hasta entonces.
De las viviendas barreñas que existían antes del siglo XVIII me ocuparé en otra ocasión. Aquí solo comentaré aquellas otras que existían a principios del siglo XVIII y las que fueron construidas en los primeros años de dicho siglo, tras la llegada de los exilados gibraltareños que formaron aquella nueva población de Los Barrios.
La evidencia de algún tipo de vivienda en Los Barrios a principios del siglo XVIII se ve en la propia documentación para fundar la capellanía de misas en nombre del canónigo y chantre de la catedral de Cádiz Bartolomé de Escoto y Bohórquez, muerto a finales de 1700. Misas que se rezarían en el oratorio recién construido en una de las nuevas casas del cortijo de San Isidro, anteriormente llamado cortijo de Tinoco, que integraba las antiguas alcarias de “dos Barrios” y la tierra de labor o de “pan sembrar” que ahora ocupa el actual cortijo de Tinoco.
En dicha documentación, como ya expuse en mi libro sobre la antigua ermita de San Isidro (Álvarez, 1989), que aquí amplío con algún dato nuevo, Bartolomé de Escoto intentó en los últimos años de su vida comprar un cortijo para vincularlo a una obra piadosa. Dicho cortijo lo consiguió finalmente su sobrino Juan Felipe García de Ariño y Escoto, que lo adquirió en nombre de su tío a través de una subasta pública que se realizaría en Gibraltar (1698). Pero los trámites legales para llevar a cabo la última voluntad testamentaria del citado Bartolomé de Escoto no fueron efectivos hasta 1702, cuando comenzó a funcionar dicha capellanía.
Por el inventario de los bienes dejados por el difunto se sabe que éste había construido unas casas nuevas en una de las alcarias, que tenían un cuarto pequeño como oratorio privado bajo la devoción de San Isidro Labrador, que aún estaría sin terminar del todo en cuanto al retablo y altar de madera. Ese oratorio también tenía un acceso al exterior mediante una puerta con un arco rectilíneo deprimido, que todavía se conserva ignorado en su interior, igual que las ventanas de ojo de buey externas de su ampliación posterior.
La intención del fundador de la capellanía era que se rezasen en su oratorio cierto número de misas en días festivos para así atender las necesidades religiosas de quienes ya vivían a su alrededor, puesto que en aquel tiempo los sitios más cercanos para oír misas en los días de precepto eran ir al convento de la Almoraima de los frailes mercedarios descalzos o la ciudad de Gibraltar. Tarea difícil de llevar a cabo, aparte de la distancia, porque las lluvias invernales con frecuencia impedían vadear el río Guadarranque.
Es cierto que con anterioridad había dos ermitas u oratorios en San Roque y en Algeciras, pero a principios del siglo XVIII no tenían actividad religiosa habitual, ni se rezaban misas los días festivos por falta de capellanes y dotación económica al efecto, por lo que en las mismas no se podía cumplir con el precepto de oír tales misas dominicales y festivas.
Es curioso que el número de misas rezadas en el oratorio o ermita de San Isidro solo serían 57, número inferior a la suma de las misas dominicales y festivas anuales. Por eso, se dejarían de rezar entre los meses de julio a octubre, cuando, según consta en la propia documentación, se ausentaban bastantes personas que habitaban cerca del oratorio o ermita. El motivo se debía a que muchos eran simples jornaleros que, en la época de la siega del trigo, dejaban su hogar tan precario en rústicas chozas para ir a trabajar en los trigales o campos de pan sembrar de las poblaciones más cercanas, como Tarifa, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, etc.
Esos jornaleros vivirían en chozas poco estables y construidas en precario en el borde la cañada real y camino carretero alrededor de las antiguas alcarias, donde en una de ellas estaba dicho oratorio. Algunas otras chozas, con licencia de los respectivos, propietarios estarían dentro de las lindes del cortijo de San Isidro (antes llamado de Tinoco) y también del Cortijo Grande, entonces propiedad del conde de Luque, donde sus respectivos moradores realizarían algún tipo de trabajo como gañanes, vaqueros, cabreros, porqueros, carboneros, etc.
El número exacto de tales chozas a principios del siglo XVIII es incierto y algo reducido. Cuando el alcalde Lorenzo de la Bastida visitó en 1712 a los exiliados gibraltareños dice que habría unos 400 vecinos en todos los asentamientos y poblados que habían incrementado su número de habitantes tras la pérdida de Gibraltar. Poco después Antonio Rodríguez, primer capellán de la ermita de San Isidro, se quejaba ante el obispo de Cádiz porque muchos exiliados gibraltareños construían más chozas e incluso una casa de teja dentro de la propia alcaria donde estaba la ermita, por la que no pagaban ningún censo o arrendamiento a la capellanía, como él demandaba. Pero en dicho documento no dice el número de tales chozas.
Por su parte Alonso Guerrero, fraile mercedario calzado que, desde 1713 a 1724 habitó entre esos exiliados gibraltareños, decía respecto a la población de Los Barrios que tendría unos 100 vecinos en 1717, lo que supondría un número similar de viviendas, en su mayoría chozas, diversos casarones y alguna casa de teja, como ya consta que se edificarían más tarde en la otra alcaria situada enfrente de la que estaba la ermita, separada apenas por una vaguada o arroyuelo que más tarde se denominaría del Junco, situado en paralelo a la calle de la Plata.
Pero debo dejar aquí mi relato sobre esas primeras viviendas barreñas para no sobrepasar la extensión prometida, cuyo contenido seguirá en la próxima menudencia, donde describiré las características y diferencias entre las chozas, casarones y casas de tejas de entonces.
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