Las democracias hay que regarlas. De lo contrario, se acaban marchitando. No vale con pensar que si atesoran decenios o incluso siglos de historia, se aseguran la inmunidad contra los movimientos autoritarios.
Lo estamos viendo ahora en Corea del Sur, donde la ciudadanía se ha echado a las calles en una especie de ‘primavera democrática’ ante el fracasado autogolpe de Estado del presidente. Y no estamos hablando de un país fallido, sino de una de las economías más pujantes del planeta, que sigue sentándose a la mesa de las grandes potencias y que goza del apoyo permanente de Estados Unidos.
Tres cuartos de lo mismo lo podemos decir también de Estados Unidos, donde el bipartidismo dejó de regar el jardín democrático y dio pábulo a un movimiento antisistema que agrupó intereses muy diversos y que finalmente fue canalizado por un magnate como Donald Trump. El resultado de esa combinación explosiva es un presidente electo que defiende teorías que van en contra del propio modelo de derechos y libertades que ha abanderado EE UU desde finales del siglo XVIII. Su condición de futuro presidente democrático es incontestable pero eso no quita para advertir de que con él peligra precisamente la democracia.
Es por ello que este modelo resulte una bendición al mismo tiempo que una imperfección: porque es tan generoso que deja la puerta abierta a su autodestrucción a partir del voto igualitario, que es la piedra angular de su arquitectura.
Hasta hace siglo y medio, este tipo de riesgos acababa y nacía en las fronteras de cada país. De esa forma, si un Estado optaba por ‘suicidarse’ en términos demográficos, el riesgo quedaba circunscrito a sus ciudadanos. Pero todo eso cambio a medida que la globalización se ha ido haciendo camino. Si Corea del Sur diese un vuelco de 180 grados y de la noche a la mañana dejase de ser una democracia, la economía mundial se resentiría. A eso habría que añadir la incertidumbre bélica, pues su vecino del norte está regido por un líder autoritario imprevisible.
Con Estados Unidos, los riesgos globales de una involución democrática crecen exponencialmente. No hay más que verlo con lo que puede pasar en los flujos migratorios y en el comercio mundial si Trump lleva a término dos de sus grandes promesas: el cierre de fronteras a los migrantes y una escalada arancelaria sin precedentes.
Son, por tanto, tiempos de zozobra. Razón de más pasa aprender la lección y garantizar que el riego por goteo de nuestra democracia funciona.
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