José Antonio Ortega | jaortega@jaortega.es - www.jaortega.es
Decía la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría el pasado viernes, después de la sesión del Consejo de Ministros, que la situación de Magdalena Álvarez es comprometida. Y creo que tiene toda la razón del mundo. Aunque se discrepe, como discrepa un servidor, con la imputación de la exministra y con el proceder de la jueza Mercedes Alaya, instructora de la causa abierta por el asunto de los eres, de la que debiera ya haberse inhibido en favor del TSJA o el TS, como se le reclama desde diferentes ámbitos jurídicos y, muy especialmente, desde la propia fiscalía.
La exconsejera y exministra debería dimitir de su cargo como vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI). No albergo al respecto la menor duda. Su imputación perjudica la imagen de la institución y perjudica igualmente la de España en el exterior. Pero, dicho esto, entiendo que la mujer se resista lo suyo. Entre otros motivos, porque renunciar a veinte mil euracos mensuales tiene que costar un montón, digo yo.
Ahora bien, y ya que hablamos de situaciones comprometidas, qué me dicen ustedes de la de nuestro muy ilustre presidente de Gobierno. Apurada sí que lo es. Y no precisamente porque al hombre le gusten mucho los habanos. Al menos, otra lectura no cabe hacer de cierta noticia de la que hemos tenido conocimiento la última semana y que señala a don Mariano entre los avalistas que permitieron a Luis Bárcenas abrir su cuenta en el Dresdner Bank de Suiza. Por mucho que en el entorno del Ejecutivo y del PP nadie o casi nadie se haya dado por enterado. Igual que no se han dado por enterados –¡sorprendentemente! – la mayoría de los medios. No sé qué pensarán ustedes. Aunque puedo suponer que coincidirán conmigo en que una cosa como ésta también mancha y daña muy mucho la reputación de este país.
Nuestros socios de la UE, y muy particularmente los del norte, seguro que no salen de su asombro. Y es que, aunque de Los Pirineos para abajo nos pueda parecer normal que un dirigente político no dimita nunca, o casi nunca, ni por ética, ni por estética, porque es a lo que por aquí nos hemos acostumbrados, en la mayor parte de los países europeos, como todos sabemos, los ministros dimiten hasta por lo que para nosotros no son sino chuminadas. Como copiar una tesis, no pagar una multa de tráfico o aceptar invitaciones de viaje en yate de empresarios amigachos forrados hasta las trancas, por ejemplo. Así que ya se pueden imaginar qué no harán si se les pilla estando vinculados con quienes defraudan al fisco y evaden capitales a espuertas. O se les descubre engañando en su declaración de bienes al Parlamento, sede de la soberanía nacional. Como es el caso de lo recientemente ocurrido con nuestro muy jovial exministro don Miguel Arias Cañete. A quien, por cierto, en lugar de darle boleto y mandarlo a casa o a paseo lo premiamos colocándolo de cabeza de lista en la candidatura a las elecciones europeas.
España necesita un gran pacto contra la corrupción, por supuesto. Y, sobre todo, emprender un proceso de regeneración democrática. Estoy absolutamente convencido. Pero creo que ni Rajoy ni el actual gobierno del Partido Popular son los más indicados para liderarlo. Claro que quienes tienen que decir eso, ¡faltaría más!, son los ciudadanos y no quien escribe estas líneas.
Entretanto, podemos coger el toro por los cuernos o podemos mirar para otro lado, hacernos el longui, y al mismo tiempo seguir sacando pecho, como si nada, que es lo que hemos venido haciendo hasta la fecha. Esto es, justificándonos con ese argumento, verdadero pero manido, de que somos diferentes.
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