La invasión de Ucrania por Putin conlleva una fractura radical del status quo en Europa y debería activar todas las alarmas para garantizar la seguridad en el continente además de ser una vulneración flagrante del derecho internacional.
La farsa de Putin de las últimas semanas para presentar a los agredidos como agresores hasta llegar al reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk, ocupar esas regiones y seguir el ataque a la totalidad del territorio ucraniano obedece a la voluntad de un sátrapa decidido a restaurar, aunque sea en parte, la capacidad que tuvo en su día la Unión Soviética de condicionar la seguridad europea en un mundo bipolar, además de intentar la división en la propia Unión Europea.
La victima de todo esto es Ucrania que está recibiendo los impactos de Putin por haber querido su vinculación con la Unión Europea y con la OTAN, pero sin resorte alguno para defenderse al no ser miembro de la OTAN.
Ucrania es víctima en primera instancia de Putin, pero también lo es de la ambigüedad de Occidente. Por más que se diga, el Gobierno ucraniano carece de los recursos mínimos para defenderse ante el poderoso ejército ruso invasor y es probable que lo que quiera Putin sea liquidar al actual gobierno ucraniano y sustituirlo por un gobierno títere a sus órdenes.
Todo es posible en la mayor crisis de seguridad en Europa desde la desintegración de la antigua Yugoslavia.
Ante esto, la respuesta occidental no puede ser ni simbólica ni dubitativa. Las sanciones que se impongan tienen que ser coordinadas entre el Consejo Europeo, Estados Unidos y el Reino Unido. Y tienen que ser contundentes, con profundidad y efectividad para que la economía rusa se tenga que enfrentar a una situación casi imposible.
Pero también ese impacto tendrá repercusión en nuestra economía (encarecimiento de la energía, inflación) pero esto tendremos que considerarlo como un mal menor para evitar el objetivo de la estrategia de expansión de Putin.
El caso es que Putin ha cruzado todas las líneas rojas imaginables.
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