A propósito del caso Malaya enseñanzas y reminiscencias del Gil, por Antonio Pérez

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Ha comenzado el juicio por el conocido caso Malaya (cerca de un centenar de implicados), o lo que es lo mismo por el saqueo de los bienes públicos del municipio malagueño de Marbella, uno de los destinos turísticos más apreciados internacionalmente. En este lugar de la Costa del Sol se estableció el empresario Jesús Gil, donde creó el Grupo Independiente Liberal, un partido a su imagen y semejanza, que desde 1991 arrasó en las elecciones municipales. Su lema: “Me presento para vender pisos”, dejaba bien clara su política Prometió más seguridad ciudadana y limpieza. Lo consiguió y volvió a arrasar en las siguientes elecciones, ampliando su hegemonía a la vecina Estepona de la mano de su hijo Jesús Gil Marín. En 1999, aparte de estas dos ciudades, se hizo con los ayuntamientos de Ronda, Manilva, Casares y La Línea. Y la que fue su mayor osadía, con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, el mayor error del empresario, pues hizo sonar la alarma al propio gobierno de José María Aznar.

Jesús Gil fue visto por muchos como un especie de mesías que venía regenerar la vida pública, anquilosada en los grandes partidos. Marbella era el escaparate, y para los campogibraltareños estaba cerca. Pero lo que muchos veían como una regeneración democrática, no dejaba de ser la degeneración de la democracia. El ciudadano prefería mirar para otro lado: “Qué roban, sí, pero hacen cosas”. José Cosín lo explica acertadamente en su libro Mafia y corrupción donde se refiere a la toma democrática del poder para el expolio de los recursos públicos.

Gil fue inhabilitado en 2002, pero su compañero Julián Muñoz volvió arrasar en los comicios del año siguiente. A éste sólo consiguió echarle una moción de censura, apoyada por tránsfugas del gilismo, que elevó a la alcaldía a una de ellas, Marisol Yagüe. Pero ello no supuso la necesaria regeneración. Los principales nuevos mandatarios fueron implicados en actividades delictivas del mismo cuño. La normalidad política no llegó hasta las elecciones de 2007 con la victoria de Ángeles Muñoz, del Partido Popular.

La herencia del GIL fue la bancarrota del ayuntamiento marbellí: una deuda de 500 millones de euros, el expolio del suelo público y más de 3.000 funcionarios, fruto de la compra de voluntades. Marbella ya no es el espejo y pocos son los que dicen que votaban al GIL.

Sin embargo, la huella de este partido ha impregnado en algunos lugares donde presentó candidatura, e incluso en otros donde no lo hizo. Como ocurría en Marbella hoy es fácil ver en otros ayuntamientos, que todos los miembros de los equipos de gobierno, disfrutan de liberación, es decir de sueldos a costa del erario público, aunque en muchos casos, no se justifique esa liberación. La figura del asesor político y de la empresa asesora se ha impuesto para gravar aún más las escuálidas arcas municipales. Incluso en algunas localidades se sigue pintando los pasos de cebra con los colores de la ciudad, tal como ocurría en Marbella y Estepona.

Lo ocurrido con el GIL debería hacer reflexionar a la clase política. Preguntarse por qué muchos ciudadanos dejaron de confiar en los partidos tradicionales, por qué un grupo de esos ciudadanos, de buena fe, participaron de un proyecto que les resultaba más ilusionante.

La política no puede ser otra cosa que un instrumento para plasmar las ideas y que éstas se traduzcan en una mejora para los ciudadanos. El político debe entender que no ejerce una profesión, sino un compromiso con la sociedad donde se desenvuelve. En caso contrario, no se habrá aprendido de la costosa lección del GIL. Y otros mesías aparecerán por nuestras ciudades.

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