Cáritas

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José Antonio Ortega | Periodista y escritor

Si alguien me pregunta qué opino acerca de que el Gobierno de la Junta de Andalucía haya reducido la partida del presupuesto destinada a Cáritas Parroquial en los tiempos que corren, mi respuesta no puede ser otra que la que sigue. Me parece todo un despropósito, un craso error. O, si lo prefieren, una grave metedura de pata.

Ahora bien, dicho esto, la decisión de la Junta respecto a esa reducción y la campañita que el PP andaluz se ha montado a cuenta de lo mismo merece, cuando menos, una reflexión. Y, aunque no la merezca, yo se la dedico.

Es verdad que la administración autonómica destinó a los programas de empleo del citado colectivo en 2011 un millón de euros y lo que destinó a ese mismo fin en 2012 fueron tan sólo 110.000 euros. Pero también es verdad que dicha partida se vio reducida, al igual que se han visto reducidas otras muchas, como consecuencia de esta era de la austeridad decretada desde Bruselas y desde Madrid –por la imperiosa necesidad de contener el déficit a toda costa– en la que andamos sumidos.

Resulta, no obstante, un tanto tendencioso poner de relieve ese dato –el de la reducción de la partida destinada a Cáritas– y pasar por alto los esfuerzos que el Gobierno de la Junta ha hecho por tocar lo mínimo la sanidad, la educación o la ayuda a la dependencia. Así como las dos importantes iniciativas legislativas que muy recientemente se han adoptado, tanto para frenar los desahucios como para combatir la pobreza y la exclusión. Medida esta última a la que se destinan 120 millones de euros. Después de todo, más del 70 por ciento de los fondos de Cáritas proceden de donativos de particulares y la aportación de la administración autonómica andaluza, aun siendo importante, representa poco en el total de su financiación.

No seré yo quien reste valor a la actividad en favor de los que más lo necesitan que desarrolla esta ONG vinculada a la Iglesia. ¡Faltaría más! Tanto que toda cantidad que se le asigne desde el Estado y desde las CC.AA. me parecerá siempre poca e insuficiente. Pues soy de los que piensan que los poderes públicos han de erigirse en los principales resortes para combatir el hambre, el paro, la miseria y trabajar por la igualdad y la cohesión. La justicia social no puede ni debe depender única y exclusivamente de la mayor o menor generosidad de la gente, como, en realidad, algunos que yo me sé quisieran. Ésa es la filosofía del liberalismo y el neoliberalimo (“laissez faire, laissez passer”), no la filosofía de la izquierda. Al menos de la izquierda tal y como yo la entiendo. La caridad está muy bien y hay que fomentarla. Aunque sea más útil para aliviar la conciencia del que da que la desesperanza del que recibe. Pero no se cambia el mundo con limosnas. Al contrario, diría que lo que se consigue es que nada cambie y que todo siga igual.

Es una ironía, y de muy mal gusto, que sea el PP –un partido para el que todo gasto social es poco menos que sinónimo de despilfarro– el que salga a dar lecciones sobre cómo han de llevarse a cabo las políticas de cooperación y solidaridad. Como si no hubieran sido ellos los que –con razón o sin ella– más han contribuido, y no sin entusiasmo, a los mayores recortes que hasta ahora se han producido en Andalucía y en España.

Ya sabemos para quien suele pedir el voto en este país la Conferencia Episcopal, pero, ¡ojo!, no por ser más de derechas ni ir más a misa se es más creyente ni mejor cristiano. Aunque todavía haya quien así lo crea.

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