Monte de la Torre

Castillo de arena infantil

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Como en otros veranos volví a la playa. Sentado en la arena bajo mi sombrilla, leía un diario. Graznidos de gaviotas y niños con alborozo gritando parecían querer romper aquel sopor pero, ni esas aves ni la chiquillería me hicieron cerrar el diario. Lo logró un castillo de arena que estaba a pocos metros de mí. Fortaleza que se levantaba arrogante frente al mar. No tenía defensores, ni había banderas izadas. Las olas se acercaban amenazantes una y otra vez y entonces, antes de que fuera asaltado, me puse a escribir en mi cuaderno unas líneas, una breve carta que dice así:

“Castillo, las manos que han levantado tus arenosas murallas y torres son las más pacíficas e inocentes del mundo, son las de la infancia. Los niños/as son los únicos que merecen tener una fortaleza llamada familia, y tienen el derecho a que ninguna agresiva ola rompa ese hogar; por desgracia, por culpa del materialismo y el egoísmo, ese castillo queda roto por los mismos que lo construyeron que no eran niños y , al derrumbarse, los pequeños son víctimas porque sus sentimientos quedan para siempre destrozados y esos, castillo, no son de arena, son rayos del sol de la humanidad. Tú caerás ante la fuerza del mar ; yo también mi vital equilibrio perderé ante la marea humana pero nunca ante la del mal …”

Levanté la vista del papel; ya no vi al castillo. Una ola lo engulló. Le pasó como a todos los castillos construidos en la niñez, las olas de la marea de los días, las del piélago del tiempo, los desmorona. Cuando estamos lejos de la playa infantil, al estar en tierra adentro, cogemos la pala de la imaginación y el cubo de la ilusión para reconstruir lo que ya es imposible; los castillos del mundo infantil solamente se levantan en aquella playa que ya no veremos más y, cuando estamos en el invierno vital la recordamos como yo recordaré este que ya nunca más veré porque está en los fondos marinos en el reino de los barquitos de sueños que son pecios.

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