Demagogos en el poder, por Jesús Mena Lanas


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www.jesusmenalanas.blogspot.com

El otro día alguien me llamó demagogo por opinar sobre Los Barrios. Creo que era algo así como que si yo fuera un estudiante o un lector compulsivo, nada me gustaría más que pasarme por la biblioteca municipal para chatear con los ordenadores, mejor que leer un libro que no hay. Reconozco que soy un demagogo interesado, pero lo peor es que mi amiga no estaba en desacuerdo con lo que yo decía sino en cómo lo decía. Le sucede lo que le pasa a mucha gente con algunos grupos de rock: les gusta lo que dicen, pero no lo pueden aprobar porque lo dicen berreando y con unas distorsiones horribles.

Son curiosos los matices. Es algo que me divierte mucho, siempre que mi amiga sea inteligente y guapa, en este caso, lo es, porque si se tiende a la tontuna, la cosa es muy monótona y empalagosa. Me gustan las introducciones, siempre que lo ejerzan otros. Me gustan esos inteligentes diplomáticos que buscan la trampa de la retórica para que un barreño asienta y trague con algo que no aceptaría jamás si se le dijera de una forma realista. Me gustan por su ambigüedad que encierran: por un lado, son estrategias para engañar al populacho y, por otro, son mecanismos que expresan respeto hacia nadie, ya que suele tener como único objetivo no cabrear innecesariamente al vecino. Tienen las dos caras, y nunca sabes con cual quedarte. ¿Suben o bajan?

Me gustan, pero para los demás. Yo no sirvo para ser diplomático, no aguantaría una profesión que consiste en nada. Nunca pierdo mucho tiempo tratando de convencer a alguien de nada, aunque hay quien ha perdido años enteros de su vida tratando de convencer a mi pueblo de cualquier estupidez insana. Y me jode cuando intentan hacerme comulgar con ruedas de molino, y busco argumentos para no ceder, aunque no esté convencido de ellos, sólo lo hago por no darle el gusto al pesado de turno. Pero cuando me toca a mí discutir, paso. No soy nada persuasivo, prefiero cambiar de tema. Pero me gusta forzar la demagogia, me gusta la frase fácil y contundente que dinamita los argumentos y hace exclamar al santo, ¡Hombre, acepta que te quite el riñón, por dios, pero no te quedes en medio del camino que hay gente haciendo cola!

Por eso detesto lo burdo, detesto el insulto institucionalizado a una forma de pensar diferente. ¿Por qué no estaba Fernando Fernán-Gómez enfrente de esos mamarrachos para escupirles un sonoro “váyanse a la mierda”? ¿Por qué nunca está cuando se le necesita? Ahora simplemente, “te mandan al carajo”, es que están en crisis mental. A estupideces tan grandes sólo caben respuestas secas. Como ese papelito para las nóminas, escrito a las dos de la mañana, con los párpados a punto de desprenderse de los ojos por el cansancio. Seguro que cuando el banco lo lea por la mañana no entenderá nada.

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