El descrédito de la política en España, por A. Pérez

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En enero de 2007 recibí en mi despacho de trabajo una sorprendente visita. Me llamó el conserje para decirme que unos señores de la televisión británica BBC, que habían llamado unos días antes, deseaban contactar conmigo para un reportaje. Hasta cierto punto ello no deja de ser extraño, pues por la cuestión de Gibraltar, y el origen de la ciudad de San Roque, de la que soy cronista oficial, no sería la primera vez que ello ocurriese. La sorpresa se produjo al saludar al periodista y entrevistador. Cuando me dijo su nombre: Michael Portillo, le pregunté “¿Michael Portillo, el exministro?”. En efecto, el político que había sido hombre de confianza de la primera ministra Margaret Thatcher, tres veces ministro durante once años, ocupando el departamento de Defensa en época de John Major, venía con su micrófono y acompañado de un cámara para hacerme una entrevista con destino al programa que presentaba en televisión. Quien había estado postulado para el liderazgo de los conservadores, y retirado de la política en 2005, había vuelto a su trabajo de periodista presentando programas de radio y televisión.

Al año siguiente visité Ginebra, formando parte de una delegación de la Asociación de la Prensa del Campo de Gibralta. Fuimos recibidos por Loly Bolay, diputada socialista y presidenta del Parlamento del Cantón ginebrino. Bolay es la primera emigrante que ha conseguido un puesto de tal relevancia dentro de la política suiza. De origen gallego y padre republicano viene a demostrar el triunfo de la integración de los emigrantes en todos los niveles de la sociedad helvética. Tras invitarnos a una sesión del Gran Consejo del Cantón, en la que tuvo la deferencia de trasladarnos un saludo, nos ofreció una copa en uno de los salones del Parlamento, donde nos explicó el carácter rotativo de su cargo y la preponderancia de la cultura del pacto entre los grupos políticos. Ambas cosas en España sonarían a chino.

Supimos que los políticos suizos ejercen a tiempo parcial, es decir mantienen su puesto de trabajo, y los emolumentos que perciben por su actividad política ?el de la propia presidenta era un ejemplo- son inferiores al de muchos concejales y alcaldes de pueblos de España. A pesar de la dificultad que entraña contar con ciudadanos dispuestos a la cosa pública, algo tiene de positivo el sistema suizo: nadie entra en política para ganar dinero.

En España, según el último barómetro del CIS, más de la mitad de los ciudadanos, el 52´2% confiesa tener poco o ningún interés por la política. Los insatisfechos con la democracia superan a los satisfechos, 31´4% contra 22´1%. El 70% tiene una imagen positiva del movimiento 15-M, que tiene entre sus banderas el rechazo a los grandes partidos y a la forma de hacer la política en el país. El 85% considera que el fenómeno de la corrupción está extendido por toda España, y el 86´6% está convencido de que el colectivo más salpicado por esta práctica es el de los políticos. Ello contrasta, por ejemplo, con la implicación política de la sociedad noruega, tristemente de actualidad por los atentados terroristas de la isla de Utoya y de Oslo. En el país escandinavo, donde los jóvenes se implican en la política desde el instituto, los ciudadanos tiene en alta estima a sus políticos, por encima de cualquiera otra institución.

Ciertamente que todos los políticos no son iguales, los hay que, desde su visión ideológica, tratan de mejorar la vida de los ciudadanos a los que sirven y a los que se deben, pero no puede negarse que las instituciones se han convertido demasiadas veces en verdaderos cortijos donde muchos se han lucrado, han utilizado el dinero público para el más descarado enchufismo, han beneficiado a empresas de familiares y amigos, han “recolocado” a exalcaldes y exconcejales en el caso de los ayuntamientos, mancomunidades y diputaciones. Se han divorciado de la ciudadanía a la que sólo recurren en tiempo de elecciones.

Ahora, cuando la crisis económica que padecemos deja a flote la penosa situación de las arcas públicas, cuando afrontar la nómina de los empleados supone una hazaña todos los días, sigue habiendo legiones innecesarias de “liberados” y de personal de confianza. Qué lejos de los políticos de otros países, que sin ser la panacea, jamás entendieron la política como una profesión, y menos aún como una manera de favorecer sus propios intereses y los de sus familiares, amigos y compañeros de viaje.

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