El Discurso de Malala: “La Bala que elevó Cientos de Voces”

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Si las balas acallan las voces para siempre, con Malala Yousafzai no pudieron. Los canallas que habitualmente utilizan el fusil en vez de la pluma, pretendieron enmudecer a esta joven adolescente paquistaní un nueve de octubre de 2012, asestándole dos tiros en su pecho y frente. Y todo por denunciar una realidad que choca con las medievales costumbres de aquellos lares, con el fanatismo de una religión islámica llevada al extremismo por las facciones talibanes. Disparos por no callarse, por gritar las verdades a los cuatro vientos, a la cara o desde el espacio cibernético de su blog.

A Malala le esperaba su sicario a la vuelta del colegio, en su valle paquistaní del Swat. Después de los disparos, tuvo que someterse a dos cirugías reconstructivas del cráneo, permaneciendo tres meses en el hospital Queen Elizabeth de Birmingham, Inglaterra. Como ella reconoce, quiso Dios o Alá que viviera para poder darnos una lección de humildad y realidades, meses después, en forma de discurso magistralmente sencillo, ante un nutrido grupo de representantes gubernamentales y personalidades en la Asamblea General de la ONU.

Acompañada por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y el ex primer ministro británico Gordon Brown, la joven aseguró que sigue siendo la misma, con las mismas ambiciones, esperanzas y sueños. Como ella dice: “sólo soy una chica entre muchas”. Pero Malala no es una más, ya no es sólo aquella muchacha que pedía seguir estudiando e iba sonriente al colegio con su sari y su mochila al hombro. Su lucha por la vida y su rebeldía la han transformado en una de las cien personalidades más influyentes del mundo – según la Revista Time – y en un auténtico icono de la lucha por los derechos de la mujeres. Nunca una bala elevó tantas voces.

Malala pronunció un emocionante discurso con una petición firmada por cuatro millones de personas debajo del brazo, en la que se pide a los lideres mundiales que inviertan en educación y acaben con el trabajo infantil, los matrimonios forzosos o la trata de niños. Y es que esta joven se ha transformado en la voz de tantos millones de oprimidos y pobres, de esos niños, niñas y mujeres que se dejan la vida en trabajos precarios y esclavos, que sufren en sus carnes la guerra, la violencia y la vulneración de los más fundamentales derechos. “Hablo por aquellos cuyas voces no pueden ser oídas, por los que han luchado por sus derechos de vivir en paz, su derecho a la igualdad de oportunidades y su derecho a ser educados” – manifestaba emocionada Malala.

Junto al hambre y la falta de recursos, la ausencia de sanidad y educación, se han convertido en un gran problema, especialmente en los países del llamado tercer mundo. Y las victimas idóneas son siempre las mujeres y los menores. Sólo a nivel mundial, más de 28 millones de menores viven en áreas de guerra o conflicto según informes de la UNESCO, mientras que 57 millones no tienen acceso a la escuela. La cifra se triplica en lo que se refiere al acceso al agua potable y a los alimentos básicos. Es vergonzoso como medio planeta sufre una pandemia de obesidad mientras que la otra mitad se muere de hambre y vive en la precariedad del analfabetismo crónico.

Sólo entre Pakistán y Nigeria sumamos 16 millones de niños sin escolarizar, la mayoría niñas. Y es que a la falta de medios y educación, tenemos que tener presente que en muchos países de Africa y el Sudeste Asiático, el nacer mujer conlleva una vida más difícil, supone carecer de la mayoría de derechos que debería reconocerse a cualquier persona. Por eso resulta tan importante el discurso de Malala, por ser niña y mujer, en un mundo de restricciones y fanatismos. Como manifestase en su alocución: “Estoy aquí para hablar del derecho a la educación de todos los niños. Quiero que los hijos de los talibán sean educados. No le dispararía a mi agresor, aunque lo tuviera delante y una pistola en la mano. Esta compasión es herencia de Mandela y de Luther King. Esta es la filosofía de Gandhi y de la Madre Teresa”.

La Asamblea General de Naciones Unidas debería tomar buena nota de las palabras de Malala, ahora que en la vieja Europa predominan los recortes y el retroceso de los derechos sociales al calor de una crisis económica y de valores que no parece tener un fin cercano. En los países emergentes, no sólo bulle una incipiente economía al compás de la cacareada globalización, también está resurgiendo la voz dormida de los esclavizados, de esos derechos sociales que luchan por ser reconocidos, y que tanta sangre y revoluciones costaron a lo largo de los lustros a nuestra sociedad occidental. Desde la primavera árabe a las protestas brasileñas, algo parece moverse a nivel mundial al compás del cambio climático.

Todavía resuenan los disparos contra Malala en aquellos indómitos lugares, porque nunca han cesado. Afganistán y Paquistán se han convertido en regiones de conflicto permanente, donde la vida no vale nada, y menos aún la de las mujeres. No sólo mueren militares o talibanes, también mueren niños. Sólo el pasado quince de junio mataron a 14 niñas en la ciudad paquistaní de Quetta por defender como Malala su derecho a ir a la escuela.

Que las palabras de Malala resuenen por siempre, pues la justicia sólo tiene un camino y la verdad suena a reproche, a conciencia del inconsciente. Como nos recordara en su esperado discurso: “Pensaron que las balas me silenciarían, pero fallaron”. Su vuelta a la vida ha servido para recordarnos que “un niño, un profesor, un lápiz y un libro puede cambiar el mundo”, que el cambio global comienza con “el arma del conocimiento”.

Esperemos que las balas no acallen más voces, deseemos que todo esto que ahora denuncia una niña paquistaní en su 16 cumpleaños frente a los que pueden cambiar las cosas, frente a los todopoderosos, sirva para algo, y todo empiece a cambiar. A veces los cambios se inician por pequeños gestos envueltos de realidad, con las firmas de bolígrafos, que igual que inician guerras, rubrican la deseada paz.

“Cojamos nuestros libros y bolígrafos. Ellos son nuestras más poderosas armas” – Malala Yousafzai.

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