NOVENA PROVINCIA

El pánico

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Los ataques de pánico aparecen de forma súbita, sin anunciarse. Tocan en la puerta en cualquier momento o lugar. Pueden aparecer en la sala de espera del urólogo, a pocos minutos del comienzo de una reunión de trabajo o sentados en el avión poco antes de que inicie la maniobra de despegue, conduciendo por una carretera secundaria a medianoche y sumergidos en el oleaje de una mala resaca, atrapados en un ascensor o perdiendo las elecciones en cada vez más comunidades autónomas, encajando una derrota especialmente preocupante en las andaluzas, acumulando sondeos cada vez más adversos y, entre otros escenarios propicios a los ataques de pánico, cuando cala la sensación de que la opinión pública está dándote la espalda o, empeorándolo, cuando los elementos parecen haberse aliado para soplar a favor de otros.

El pánico es un pésimo aliado, hace que el miedo cortocircuite la claridad y el sosiego que requieren los análisis y las decisiones, arrastrando lenta pero imparablemente a la pérdida de control, a la turbulencia. A veces los ataques de pánico llegan de la mano de la frustración que se siente cuando los resultados no llegan o pasan de largo, ignorando las estrategias o los esfuerzos que se han hecho para obtenerlos. Cuando a un entrenador no le salen las cosas suele acabar sufriendo lo que quienes sí saben de fútbol denominan un ataque de entrenador que se traduce, básicamente, en hacer cambios con escaso sentido y sequía de goles, entregándose a la desaconsejable improvisación y permitiendo que la desesperación se ponga al volante.

Algo similar ocurre cuando en las organizaciones políticas el pánico, esa sensación de que no das con la tecla buena, ese aroma que desprenden las estrellas cuando se apagan, empieza a colarse por las rendijas del aire acondicionado. Cuando eso ocurre el miedo entra por la puerta y la imprescindible serenidad que exigen algunas decisiones o estrategias se tira por el hueco del ascensor. Si el pánico invade el aire que respira quien toma las decisiones la capacidad de análisis se oxida, disparándose la probabilidad de cometer errores como el de creer que el futuro se gana regresando al pasado o, incluso, el de pensar que la remontada llegará resucitando el relato bronco o el recurso del miedo a una derecha que con Feijóo ha dejado de asustar a muchísima gente que transita por el espacio del centro. Penalizar el sentido de Estado de Héctor Gómez, capaz en apenas diez meses de dar con la cuadratura del círculo parlamentario, anuncia que el vértigo es ya el octavo pasajero. El pánico, como la impaciencia, es mal compañero de viaje, puede llevar a torpezas como la de convencerse de que para salir del bache basta con bajar al trastero para desempolvar a Patxi López, el pequeño Lehendakari.

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