MONTE DE LA TORRE

El último templario del Bierzo y del camino de invierno su primer peregrino

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Transcurría en Galicia uno más de sus inviernos
con densa niebla, muy propio y normal en tierra tan parecida
a la fuerte torre de la muralla orográfica leonesa,
ese Bierzo tan grandioso; pero por aquel tiempo nadie sabía
de la existencia del que sería popular Camino de Invierno.
Va entrando la noche, con su manto negro al ambiente envolvía
en el Bierzo y las tierras de Valdeorras.

A las proximidades de las casas de una de esas aldeas o villas
ven acercarse entre la bruma un caballero que pausado avanza,
no monta cabalgadura ni viste de elegante guisa
pero por su porte bien evidencia ser de alta alcurnia.

Se trata, ni más ni menos, que del que será primer peregrino
quien con sus huellas marca este Camino; no presenta sonrisa
su rostro que se muestra severo y adusto
aunque no es porque le abrume carga de mochila.

Va vestido con hábito templario
y en su diestra mano porta bordón propio de quien peregrina.
Es hombre muy esbelto y elegante
y evidencia educadas maneras propias
del que es educado en ambientes áulicos o sacros
manguer en este caso ambas coinciden y están unidas,
pues al ser miembro de la Orden del Temple
supone gozar de las cualidades más ejemplares y dignas.
Nada pide el insigne peregrino
y solo da consejos y palabras agradecidas
ya que en El Bierzo dejó lo material todo
este señor es Don Álvaro que repartió a los humildes su herencia
y todos los bienes inmuebles y semovientes heredados y propios
de los que recibieron gran parte Millán y monjes que bien sabían
lo que aquellos enamorados, ya esposos, hubieron de sufrir
con el entorno y sus mismas familias
que parece no entendían que el amor nunca debe ser dictado,
pues los sentimientos son libres para elegir la mejor dicha
y, cuando quieren ser impuestos
se tornan en calvario, pasión y desdicha.

Al despedirse de ellos Don Álvaro lo hace diciendo esto:
“Si en este mundo me ha sido negado lo mejor de mi vida,
el amor de mi Doña Beatriz amada,
para nada este ser mío necesita
otro bien material si no tiene a la dama de su querer,
pues seguro estoy que lo que esta sociedad me priva
en la muerte lo hallaré ya que Dios,
la fuente del inmortal amor, al finar me lo dará en su día.
Quise irme a la tumba con ella
pero no me dejasteis hacerlo y a esta vida
condenado parece estoy a ser una triste alma en pena
hasta que el Creador me salve, llamándome al fin de mis días.”

Emprende Don Álvaro el Camino de Invierno, no sin dejar de mirar
hacia la Aquiana y demás montes bercianos donde la nieve brilla,
y sus ojos se emocionan haciendo aparición
unas lágrimas porque allí descansa su esposa querida
y como él aún no puede hacerlo marcha de peregrino
buscando el perdón de tener su corazón con la peor herida,
no vivir junto a la dama amada.

Escucha el canto del búho de noche y del águila de día
y cuando los aldeanos le saludan dándole la bienvenida
y le invitan, al ser el tiempo gélido,
a calentarse en la fogata de sus cabañas pacíficas
él les responde: “Gracias, amigos,
el calor que necesito solamente me lo daría Doña Beatriz bendita
pues , cuando una persona carece del sol del amor,
vive en invierno aunque sea primavera noche y día.”

Algunos de los que le oyen
le toman por loco y D. Álvaro comprendiéndoles apostilla:
“Ruego y pido a Dios
que nunca estando vivos la demencia
se adueñe de vuestra cordura.
Recuerden, si esa llega, sea para sublimar la desgracia.
Bienvenida locura con ella el amor nunca irá a la sepultura.”

Cuando llegó a la Ribeira Sacra linda,
contemplando el discurrir del río Sil,
con exaltación de dicha grita:
-“! Berciano río amigo,
bien conocedor eres del tormento que me angustia.
Al Bierzo, como tú lo quiero, pero de él marcho
porque morir en él no me dejan y eso es lo que deseo con ansias”.
El Sil compungido responde:
– “Templario, yo, rey de El Bierzo , permitidme os invista,
y nombre Primer Peregrino del Camino de Invierno”.
Se hizo sepulcral silencio que ni el viento a romper se atrevía
pero Don Álvaro con voz firme dice:
“Mi meta terrenal es Santiago pero aquí , en aquella ermita
-señalando para una que cerca de allí estaba-
deseo yacer y vos, traedme nuevas de mi amada querida.”

Pasaron los días y solo sabemos por la voz de un trovador
decir haber visto por calles cercanas a la catedral un alma perdida
gritando: ¡” Beatriz, Beatriz, en tanto no nos encontremos
vagaré errante afligido porque nos robaron en esta vida
lo que solo hallaremos en el amor eterno y puro
que se da donde solo vive la gloria bendita misma.”!
Y, transcurridos lo que ni el tiempo puede contar
un poeta ciego, que mucho vio pero más vivió , decía:
– “A la Ribeira Sacra llegó una dama
que dice llamarse Beatriz y que pregunta por el amor de su vida,
Don Álvaro, el Primer Peregrino del Camino de Invierno…”

En aquel instante sopló un aire caliente y se oyó la voz de Martina
que pletórica a los cuatro vientos desde los cielos grita:
– “Soy su camarera y os digo que como sus cuerpos no pudieron
en el amor terrenal estar unidos hoy ven su meta conseguida
pues, lo que la ambición y la vanidad cerraba,
la muerte lo ha logrado pues estas dos bercianas almas lindas,
de Doña Beatriz de Arganza y D. Álvaro Yáñez,
ya están por siempre plenamente unidas
y sus cuerpos descansan en la gloria de verdad,
la que merecen dos corazones que son ejemplo de entereza viva.”

Por siempre El Bierzo pletórico está de que la nobleza del amor,
representado en pareja tan singular, en el mundo sea conocida
y desde Bembibre a Carucedo se propaga esta historia inmortal
hasta los confines del mundo donde sus espíritus el bien ilumina.
como los que son del amor verdadero protagonistas.

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Opinión Pepe Pol

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