Felipe VI, el breve

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Juan Luis González Pérez | Escritor y Analista

Si Felipe V, el animoso, ostenta el récord Guinness de los reinados en nuestro país (45 años), Felipe VI tendría que ser justo lo contrario. Si el francés Felipe V fue quien inauguró la casta borbónica en España, entre todos tenemos que conseguir que su sucesor en el nombre sea el último de los Bourbon. Quien tuviera depositada su confianza para inaugurar una nueva etapa más democrática en nuestro país en los partidos políticos mayoritarios o en la madurez e independencia de los medios de comunicación, se equivoca de plano. De nuevo hemos asistido a una triste puesta en escena donde se han ocultado todas las sombras del reinado de Juan Carlos I, sus manejos económicos, su gran fortuna, su ristra de bastardos reales, su irreal matrimonio, los escándalos asociados a la gestión de las hetairas reales, la nunca contada participación en el golpe de estado del 23F, etc, etc, etc. Tampoco los representantes de la democracia de baja calidad que padecemos resignadamente han estado a la altura de las circunstancias. De hecho, los hombres y mujeres de estado andan igual de preocupados que la casa real en proteger los privilegios que le otorgó la transacción de los años 70 entre la oposición política y los poderes fácticos franquistas.

La consigna que la prensa cortesana y los políticos de la casta repiten hasta la saciedad es que si alguien pretende cambiar el estatus quo debe ganar las elecciones. Lo que no nos dicen es que para poder hacerlo es necesario contar con el beneplácito de otros poderes que quedaron bien anclados en la transición: la patronal y la banca. Es muy difícil poder ganar unas elecciones sin el concurso de los medios de comunicación o sin la financiación de la banca. Lo que Podemos ha logrado en las europeas es un hito muy importante pero, precisamente por ello, las fuerzas postfranquistas han desatado una campaña sin precedentes para evitar que vuelvan a cogerlos por sorpresa en los siguientes comicios. Está por ver si lo logran y si se han revolucionado definitivamente las reglas del juego.

El reinado que ahora comienza va a ser complejo. Nadie en su sano juicio puede admitir sin más la legitimidad de una dinastía de privilegiados y considerarlo democrático sin ruborizarse. Las monarquías no resisten ni el más sencillo análisis intelectual. Representan un déficit democrático y acabarán por desaparecer tarde o temprano, lo que está por ver es cuándo. Gracias al entramado orquestado desde tantas instancias para perpetuar la estirpe borbónica, es posible que se pueda prolongar aún más pero, en cualquier caso, es cuestión de tiempo.

Alegar cuestiones de oportunidad política no funciona eternamente, la oportunidad siempre es coyuntural. Pero es que además, las nuevas generaciones son esencialmente republicanas. La bomba antimonárquica está plantada y su tic-tac suena irremisiblemente. Por mucho que sectores cerriles de la derecha política y económica se nieguen a cortar los lazos con la dictadura, la gente que no la vivió tendrá que tomar la palabra algún día y podrá pronunciarse en libertad. Los estudios demoscópicos son contundentes y no dejan lugar a dudas: España mañana será republicana.

Como estos datos son de sobra conocidos por todos, la campaña de «modernización» de una institución per se anacrónica ya ha comenzado. Los medios de masas no hablan de las redadas dictatoriales en casas en las que ondeaban tricolores el día de autos, ni de las vejaciones que sufrieron a manos de la policía gentes que portaban insignias republicanas, ni de las detenciones… ahora se trata únicamente de montarle la campaña de relaciones públicas a Felipe VI. Son conscientes de que otro montaje como el del 23F no va a ser fácil de organizar para provocar una necesaria segunda coronación popular como la de su padre. Tras el evidente fracaso de la primera intentona organizada sólo por la casta, es seguro que optarán por una estrategia de multiplicación de los impactos propagandísticos para hacernos creer en la necesidad de mantener la institución y que se están haciendo grandes esfuerzos para adaptarla a los tiempos que corren. Vamos, que van a machacarnos sin piedad hasta que traguemos sí o sí con la corona a pesar de todas sus aristas y partes punzantes.

Una cosa sí que es cierta, no podemos bajar la guardia. Los que estamos por la profundización democrática, por la democracia participativa, por la práctica de la política al servicio del pueblo, sabemos que los reyes son un reducto del viejo régimen. La corona no es sólo un símbolo, el fajín rojo de jefe de todos los ejércitos tampoco. En nuestro país no tendremos una verdadera democracia mientras exista un rey en la jefatura del estado. La transición postfranquista, cual huevo kinder, venía con bicho coronado incluido y cuando hagamos llegar entre todos la segunda transición, la de verdad, será con la III República.

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